LOS LIBROS Y EL SENTIDO DE UN DIÁLOGO |
Dos entrevistas diferentes |
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La otra
Entrevistas a Harold Bloom se hicieron muchas. Incluso para medios argentinos. Hernán Arias publicó una en su revista La Rana donde lo hacía hablar del minimalismo norteamericano y de Juan José Saer. Sonia Budassi para el suplemento Cultura de Perfil lo llamó por teléfono y me contó que Bloom terminaba las respuestas que le daba preguntándole “¿y usted que piensa?” como si se tratara de una charla entre amigos. La entrevista de Hax no sobresale mucho de esta masa crítica de voces entre cruzadas, pero tiene virtudes que pueden ser rescatadas. Estas virtudes se hacen evidentes si contrastamos su entrevista con la que le hizo Juana Libedinsky para el suplemento ADN de La Nación.
Parecido no es igual
Leídas rápido, las entrevistas se parecen. Ahí está Bloom hablando de Withman, de Emerson, de Shakespeare, con esas frases demoledoras que suenan a sermón cantado a la sombra del árbol frondoso del conocimiento. Pero eso no quiere decir que sean idénticas, ni mucho menos. De hecho, hay cosas que pueden ser parecidas y, en el fondo, muy diferentes. Por ejemplo, una soga sucia y una víbora. Más allá de algunos errores de tipeo y alguna coquetería simpática –como incluir los elogios del entrevistado al entrevistador y las inflexiones en inglés, que, al final, le hacen muy bien a la nota– hay un espesor crítico en la entrevista de Hax que se disfruta y redunda en un mejor acabado, dotando de mayor atractivo al texto. Hax preparó la entrevista a conciencia. Es evidente. Leyó los libros, los interpretó, situó a su hombre y lo interpeló. Su empuje es crítico. Nadie le contó de qué iba la cosa en un pasillo, nadie le tiró las dos o tres palabras claves y listo.
Mejores preguntas
Dejemos de lado, el detalle no menor de que una entrevista se hizo antes y otra después de las elecciones estadounidenses. Salvemos las distancias. Juana Libedinsky pinta, ya desde el título, a un Bloom provocador y torpemente negativo en el que vuelca todo su asombro, transformando al crítico en un Falstaff para bobos. Es como si dijera, levantando la cabeza de su computadora mientras desgraba: “¡Encontré a alguien que se juega por algo y desacredita a los premios nobel, che!”. Mientras tanto, Hax describe un viejo cansado, melancólico y nihilista, pero también inteligente. Se trata de dos facetas de un mismo personaje, sin embargo, el de Hax es más preciso porque su entrevista resulta analítica y sobre todo no se deja sorprender. Su Bloom, menos petardista, suena sincero y lúcido. Más allá de las respuestas, son las preguntas, entonces, las que guían la producción del texto. Y tengamos siempre en cuenta que, a este nivel, la ingenuidad no existe y que el resultado de una entrevista es la proyección de las fobias, las limitaciones, la potencialidad y la perspicacia del entrevistador.
Libro y personaje
Los escritores son una terceridad. No se los puede encarar con el grabador como se encara a un peatón de la calle, a un actor o a un político. Zafando del tic movilero, los libros deben sobrevolar el diálogo, deben estar sobre la mesa. Insisto, la voz del autor es importante. Descreo del pronunciamiento estructuralista por el cual el escritor no tiene nada especial que decir sobre su obra, pero la fuente principal del sentido del dialogo tienen que ser los libros. Y fíjense que aunque Hax hace girar la entrevista sobre un libro puntual, no por eso descuida al personaje. Trotsky quería superyóicamente que la revolución fuera cotidiana, que siempre durara, que no se adocenara, que tuviera el estatuto de “permanente”. El periodismo, como la tan cacareada institución crítica que es, ¿debería ser un ejercicio de autoevaluación constante? No lo sé, pero sí sé que hay textos mejor acabados y más interesantes que otros. Hax también tiene una entrevista sublime a Vicente Nicolosi, el sastre de Wolfe. Inclusive, o sobre todo, en esa bizarrerie muestra su talento y su sensibilidad como entrevistador.
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