DESDE UN ENCLAVE VACACIONAL |
Sebreli y los mitos |
Por: Juan Terranova. “¡En estío tenemos las vacaciones, el polvo y el calor, el calor, el polvo y las vacaciones! Nos es penoso permanecer en la ciudad. Todos nuestros amigos han marchado... Así es que, para distraerme, durante este tiempo me he puesto a leer los manuscritos apilados en la sala de redacción. Pero no me he resignado a esta lectura más que en un segundo lugar; al principio he pasado el tiempo gimiendo, pensando en la necesidad que tenía de aire puro, de libertad temporal, en mi disgusto al encontrar las calles hostiles, llenas de no sé qué arena semejante a la tierra arcillosa pulverizada. ¡Y por eso la he tomado con las calles! ¿No es un alivio, cuando uno está de mal humor, encontrar alguien o algo culpable?”. Dostoieski escribió así en su Diario. Y no es difícil darse cuenta que San Petesburgo en verano es muy parecido a Buenos Aires en enero. |
Por mi parte, lejos de los manuscritos ajenos y la tierra arcillosa, escribo desde un enclave vacacional que no tiene mar pero sí pileta y ocho canchas de tenis de alto tránsito. ¿Y malhumor? Eso casi siempre. Releo una entrevista a Juan José Sebreli en ADN y la cosa cambia.
Qué hombre maravilloso. Acaba de sacar un nuevo libro: Comediantes y mártires, Ensayo contra los mitos. Por arte de magia editorial, el libro aparece en mi mesa de luz. Me asusto. “Son los duendes del verano” dice un amigo mientras se desnuda enfrente mío para ponerse la malla. Y yo: “No, qué van a ser los duendes….”.
El caballero andante de la razón
Cuando el periodista está en situación de entrevista, grabador en “rec”, lapicera placebo en la mano, y el entrevistado dice alguna frase redonda, en el cerebelo de ambos, si tienen la experiencia suficiente, la ficha que salta en rojo tiene escrita la palabra “titular”. Veamos algunos ejemplos posibles en la entrevista que concedió Sebreli (o al menos, si son muy largos o muy tontos para titulares, podrían servir para rellenar el copete o algún epígrafe en esa fantástica revista que todos anhelamos y que es imposible de hacer). Aquí la lista estimativa.
1. “Yo me propuse escribir un libro sobre los mitos y el primer lugar al que acudí fue a Internet.”
2. “Los ídolos existen en todas partes, pero yo creo que acá con más intensidad.”
3. “(…) el estructuralismo, que ha hecho un mito del mito (...)”
4. “El azar interviene en la historia.”
5. (sobre Maradona) “Me documenté con expertos”
6. “Hoy somos muy pocos los que seguimos criticando el fenómeno del fútbol. Borges, yo y algún otro.”
7. “(…) prefiero siempre los peores gobiernos democráticos del 83 en adelante al período nefasto del 43 al 83.”
8. “No hay elites ilustradas hoy. Tienen los mismos gustos vulgares, salvo excepciones gracias a las cuales todavía sigue existiendo la cultura.”
9. “Cada vez se lee menos.”
10. “Yo creo que estoy cumpliendo una labor pedagógica.”
11. “Lo mejor es ver la realidad.”
Aporías de la entrevista
Las hipótesis de los libros de Sebreli -este último sobre todo- se parecen mucho al sentido común argentino ordenado, depurado y elevado al cuadrado. Por lo demás, es una operación que tiene su mérito. Me gusta el titular “Sebreli contra todos”, aunque queda claro que, justamente en La Nación, “todos” no pueden ser el Che, Evita, Gardel y Maradona, esa especie de Corte de los Milagros Mega Hitera Argenta. Así y todo, la entrevista es otra vaina, siempre una versión apurada, una conversación de café en seco y re-tipeada. En un momento, Sebreli dice “No leo ficción contemporánea, pero pienso que hay una decadencia de la literatura.” La frase me recuerda esa vieja y olvidada columna de Diego Erlan donde Andrés Rivera decía de los escritores más jóvenes: “por lo poco que he leído, son muy ignorantes”. Okey. Destruyamos los mitos, Juan José, está bien. Aunque seguramente resistirán este y todos los libros del mundo, pero entiendo que es divertido entregarse a la negatividad, tirarles como si fueran patos de goma en una feria. Ahora, hacer enunciados tan contradictorios como estos me parece más grave. Un tanto irracional, incluso. Por no decir que cacarear suelto de cuerpo la decadencia es un verdadero quemo. Pero ya sabemos, en las entrevistas las culpas son de nadie o compartidas. (Los remito sino a la bajada donde Hugo Caligaris escribe con fascinante retórica de tráiler clase B: “Atrincherado en un departamento del sexto piso de la calle Juncal, un hombre de contextura frágil libra la batalla final para evitar el fin del mundo tal como lo conocemos.”)
Flesh fot fantasy
Quizás no debería contar esto, pero recuerdo cuando veía entrar a Sebreli a la redacción de Perfil. Era un personaje de Tim Burton, una marioneta frágil y sin hilos, los mechones de pelo saliéndole de la cabeza como de un florero. Una vez crucé algunas palabras con él. Le pregunté si la traducción de Lukács que se mencionaba a veces en las solapas de sus libros la había hecho del alemán. Me dijo que no, que era del italiano. Después me citó un artículo cuyo título no retuve: “Seguro usted no se acuerda -me dijo-, eso fue en el 69”. Él tenía treinta y nueve años, y a mí me faltaban seis para caer al mundo. En Perfil estaba como “mentor intelectual” del Cultura, pero resultaba evidente que nada lo motivaba. O mejor, dicho, estaba ahí por el dinero. Su “mentoría” se limitaba a entrar caminado lentamente los viernes a la tarde, cuando ya habíamos cerrado todo, saludar y robarle unos minutos a nuestro estoico editor con una charla insustancial en la que ambos pensaban en otra cosa. Cada tanto traía algún artículo, más o menos discreto. Los periodistas que los veían en ese comercio se reían y decían mientras tomaban una taza de café: “Tanta honestidad intelectual, y ese acá lo que vendió fue su nombre como un trade-mark”. Nadie lo culpaba, más bien se lo envidiaba. No es agresivo o novedoso decir que los periodistas suelen entregarse a la envidia deportiva. Por mi parte, yo pensaba: “Qué bello sería asistir al velorio de este hombre, que se piensa un marxista solitario”. Quizás lo haga y, si lo velan a cajón abierto, no creo que pueda refrenar el impulso de sacarle una foto como la que Man Ray le sacó a Proust cuando el cerebro del novelista se enfriaba para siempre.
El mito burgués del siglo XXI
Confieso entonces mis prejuicios sobre Comediantes y mártires, ensayo contra los mitos, al mismo tiempo que entiendo debe ser un libro sabroso, muy legible, polémico, chicanero, etc. Ahora, si es como Bailando por un sueño seguro que me decepciona. (¡Y sin embargo, qué parejas de salsa y merengue se pueden formar con ese cuarteto!) Aparte, me queda claro que en una sociedad sin mitos, ninguna repetidora de cable programaría VH1, el canal de música que redujo MTV a una versión devaluada de Sábados circulares. Prometo leer el libro, quizás la semana que viene, o la otra, y más adelante hacer una reseña. Pero vale aclarar que cuando uno de mis compañeros de tenis, abogado, rentista y lector, me acusó el otro día, en medio de un match-ball, de abusar en mis columnas de “eso que los periodistas llaman color”, yo le respondí, después de quebrarle oprobiosamente el saque, “no es para tanto, hay algunos que se abusan mucho más y con cosas menos intrascendentes”.
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