Por: Juan Terranova. Para empezar, un enunciado categórico. Donde hay poder, hay conspiración, aunque sea de fantasía. ¿Por qué los intelectuales argentinos de ayer y de hoy tendrían que estar eximidos de esta forma del relato público? Después de una estática década del 90 donde la dura anestesia del dólar calmó las tan mentadas polémicas, una vez más Buenos Aires dibuja su destino intelectual entre la fuerza y la inteligencia, entre el trazo sutil y el trazo grueso, entre el mito y la razón, entre el oropel y la bondiola. El ingreso, uso y abuso de los medios digitales resultan determinantes –pero ya de ninguna manera nuevos o novedosos– en la industria de la opinión. Uno de sus muchos efectos es la confusión entre lo público y lo privado; se borra, si uno no está atento, la diferencia entre hablar en la cocina y hablar en la calle. Pero si la confusión existe, si a veces se pone en los comentarios de un blog lo que debería decirse por mail, no hay excusas para el pifie. Cada uno tiene que hacerse cargo de lo que escribe. En los extremos de nuestro plato del día podríamos definir dos formas opuestas de intervención.
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