Libros

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Por Juan Terranova. Lunes. Cristino Bogado me preguntó por mail si había escritores argentinos que hubieran estado en Malvinas. “Jóvenes que hayan ido y hayan escrito algo después.” Dudé. Está el corpus de novelas de siempre, un poco chueco, un poco moral, a veces atractivo. Pero no era eso lo que quería. Terminé por recomendarle los libros de la derecha, los de los militares que estuvieron en el conflicto. Tengo alguno y recuerdo haber incluso hojeado algún otro pero, confieso, no los leí. Eso me hizo sentir un poco “mal lector” o al menos un lector “poco confiable.” Al final le pasé una página que narraba la Operación Cóndor y otra sobre Dardo Cabo. Le dije que Dardo Cabo era un personaje interesante, un poco tapado, de la historia argentina reciente. “Para mí, ahora, es más interesante que Rodolfo Walsh, y ni hablar de la Operación Cóndor.” Busqué la breve pero muy sintomática entrevista que le hizo Cabo a Borges pero no la encontré. Después Cristino me dijo que conocía un electricista de Asunción que había estado en Malvinas. “El electricista paraguayo” pensé. En idiolecto porteño suena a un buen título, con algo de la ironía boba del argentino cuyo prejuicio idiotizante lo lleva a pensar que en Paraguay no hay electricidad o la electricidad es un bien escaso. (Lo cómico es que por ser un país hidrográficamente bien posicionado, Paraguay es potencia eléctrica en la región.)

UNA FOTO EN FACEBOOK

Por Juan Terranova. Lunes. En dos sentadas leí Informe sobre Moscú de José Sbarra, editado por Palabras Amarillas, seguido de Los pterodáctilos. Informe sobre Moscú narra el viaje de Sbarra a la URSS en 1990. La idea era que allá se filmara su libro Marc, la sucia rata. Así que una vez en Rusia, Sbarra trabaja en el guión, hace vida intelectual, fornica con su traductor, se droga y sobre todo, como contrapeso de la experiencia y el largo viaje, añora a un novio que dejó en Buenos Aires. Cuando vuelve, la URSS cae, el proyecto de la película desaparece y se confirma la disolución del amor. El paralelismo resulta intenso, sentido, un documento de época. Luego, Los pterodáctilos es un poema en prosa, una larga metáfora de las relaciones rotas y la fidelidad. Leídos así, primero el diario de viaje y luego el poema, los dinosaurios que mueren sellan el final de un amor y también del siglo XX. El libro tiene cincuenta páginas. Me hubiera gustado que tuviera quinientas.

ciberbulling

Por Juan Terranova. Lunes. Tanto para ver en la web, tan poco en la TV. Ahora encuentro en YouTube una mesa redonda sobre cine y literatura filmada en un estudio cerrado en Le Mirail, Touluse, durante 1978. En la mesa están Cortázar, Roa Bastos, Saer, Nicolás Sarquís y un coordinador francés. Lo que dicen sobre el cine –hoy todo bastante caduco– es menos importante que cómo están vestidos, sus gestos, cómo fuman, cómo se miran entre ellos, cómo se interrumpen, asienten y se recelan. También el año –1978–, que sea en Toulouse, en un ámbito académico. Hay que verlo sin audio. Un viaje al corazón del siglo XX. En esta mirada sesgada de las maneras por sobre el contenido, Saer se las ingenia, una vez más, para asentar su romanticismo amargo, esa militancia por la seriedad compulsiva, su lucha privada y banal contra la banalidad. Esa necesidad de referenciarse siempre a los grandes valores de la cultura... Provinciano, provinciano hasta el ridículo más allá de su genialidad. Cortázar y Roa Bastos, amables pedagogos, pícaros educados, me resultan mucho más empáticos trabajadores del ego. Me gusta cuando Roa Bastos dice que “después de la tirada filosófica de Saer”, después de esa declaración “ontológica”, él se siente “descuartizado.” Al final, el francés que coordina dice que, para cerrar la cuestión del lenguaje oral, habría que volcarse hacia África donde los ciegos van al cine. Luego se ponen a hablar entre ellos –Saer se desentiende de la discusión y le habla a Roa Bastos–, se genera un caos, la cámara no sabe a dónde enfocar y termina (aquí el link)

en la muela

Por Juan Terranova. Lunes. Leo el principio de Amours de Paul Leauteaud: “J’ai aimé pour la première fois en 1888. C’était dans la fin de l’année, et à Courbevoie. Depuis quelque temps, un an environ, je travaillais à Paris, prenant letrain chaque matin, et ne rentrant que le soir pour le dîner. Je commençais à être un jeune homme.” Mi traducción: “Amé por primera vez en 1888. Fue a fin de año y a Courbevoie. Después durante algún tiempo, cerca de un año, trabajé en París, saliendo cada mañana y no volviendo hasta la noche para cenar. Así comencé a ser un adulto.” Es un excelente principio. Simple, directo, verdadero, sensible, convocante.

matrix

Por Juan Terranova. Domingo: Escribí una breve nota sobre Schönberg y me quedé con ganas de decir algo más sobre la brevedad de sus obras y su vacío general, sus silencios, que me resultan muy bellos. Después pensé cuál sería la música de Twitter, de Facebook, qué forma musical representaría mejor las redes sociales. Facebook es canción, opereta estrangulada, Verdi, zarzuela, un Wagner mal hecho, ridículo pero atractivo. Twitter tiene algo de serialismo, de abstracción. Imagino piezas fragmentadas, con evocaciones concretas, citas y paráfrasis irónicas del siglo XX. El compositor Jim Wilson grabó el canto de unos grillos y luego bajó la velocidad de la grabación, y la bajó y la bajó hasta que empezó a escuchar un coro demasiado humano. Había un estribillo “angelical” en “perfecta armonía.” Cuando mostró la grabación no le creían que eran grillos. Luego se dijo que sonaba “como voces humanas”, lo cuál me parece de un antropomorfismo excesivo. En todo caso, ¿por qué no somos nosotros los que sonamos como grillos en otra frecuencia? Me imagino que los grillos podrían acelerar nuestros coros de iglesia y decir que les recuerdan a lo que cantan ellos. Supongo que si uno baja la velocidad de Facebook escucha hablar al diablo. Es la ansiedad, la fuga hacia adelante lo que mantiene oculta esa música.

mirar el mar

Por Juan Terranova. Sábado. Viaje a la costa. En la ruta 2, paramos en una estación de servicio. Había mucha gente. Escuché que alguien hablaba por teléfono en el bar: “Quiero ser mala persona.” No, no puedo decir eso. Pensé “escuché mal.” Seguí escuchando. No logré definir nada más. El que hablaba era un tipo de mediana edad, en bermudas y con anteojos oscuros.

MALAPARTE, VIDAS Y LEYENDAS

Por Juan Terranova. ¿Qué sentido tiene escribir la vida de alguien que se pasó la vida escribiendo sobre sí mismo? La pregunta no está bien formulada. Más pertinente sería indagar cuáles son los desafíos del biógrafo cuando se ocupa de un escritor. Demasiados juegos de espejos, demasiados pliegues y en primer plano la serpiente que no puede dejar de morderse la cola. Pero, ¿no son acaso esos desafíos los que importan? Llegó a la Argentina de la mano de Tusquets la biografía que Maurizio Serra hizo de Curzio Malaparte. Se titula Malaparte, vidas y leyendas. Y ya en las cuatro palabras del título se puede leer una manera de entender el género. Guiño cómplice en el llamativo plural de “vidas”, la adición y la no contraposición –“vidas y leyendas”, nunca “vida contra leyendas”–, la idea final de que el biógrafo no puede dejar de narrar las fantasías que se tejieron sobre el biografiado porque ellas aunque no sean chequeables ni comprobables, sí son parte del “personaje.” Así las cosas, Serra opta por ser cartesiano, intentando no ser tonto. La opción se justifica. Malaparte es complejo, sensual, desbordante, difícil, seductor.

captura de pantalla

Por Juan Terranova. Sábado. El helicóptero choca contra el edificio. Pienso en pirañas, en tatuajes. Ayer el barman de la fiesta me contó una historia de pirañas. Después pensé en un ventilador de pie, solo, funcionando en una habitación vacía. El barman me dice que usando el vodka para limpiar las heridas externas se entienden muchas cosas. La psicología de la piraña no es compleja. Una dentadura de agua dulce perdida en la correntada.

TRES CHANCHITOS

Por Juan Terranova. Lunes. En mi biblioteca tengo cuatro ediciones de Madame Bovary. Tenía una más y se la regalé a Funes. Le había gustado la encuadernación y se la di. Fue como hace dos años. Cuatro veces Madame Bovary, pero apenas recuerdo haber hecho dos lecturas. Hace unos días leí un artículo de Kiko Amat donde confesaba, sin culpa, que Flaubert no le decía nada. Hay un tema con Madame Bovary. Es una lectura que trata el desencanto de ser adulto. No hay rock and roll que valga ahí. Ahora, si Bouvard y Pecuchet no te dicen nada sos demasiado viejo. De paso, Flaubert, Bouvard, Bovary. Es como una familia.

joven de 15 años en la guerra y en el ejercito rojo - foto de vova egorov

Por Juan Terranova. Lunes. Termino de leer Técnicas del golpe de Estado de Malaparte, uno de sus primeros libros. Él dice que lo hizo famoso. Y Serra lo confirma en la biografía. Publicado por primera vez en francés, reescrito varias veces después de la guerra, no me terminó de seducir. Su hipótesis de base: el golpe de estado es una técnica en la que no participa la lucha de clases, ni el proletariado ni cualquier otra cosa que no sea “un grupo de ingenieros y hombres decididos y veloces.” Demasiado coyuntural, demasiado ligado al principio del siglo XX, ofrece lo mejor en los capítulos dedicados a la Revolución Rusa y a Mussolini. Mientras tanto, los “golpes de mano” parecen hoy tan lejanos... Me quedo con estas líneas: “En las llanuras de Lombardía, Bonaparte se prepara para adueñarse del poder civil estudiando en los clásicos el ejemplo de Sila, de Catilina y de César.”