Libros

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Por Juan Terranova. Domingo. Los hombres nunca quisieron imitar a las aves. Nuestros aviones tienen otros modelos mecánicos. Muy lejos de los suaves y plácidos aleteos, de los aterrizajes amables y los despegues silenciosos, el objetivo tecnológico de la raza humana siempre fue volverse insecto. Con los helicópteros es bastante más evidente. Entre los insectos y las aves están las ratas. Con más precisión, las fantasías aéreas de las ratas. (Las ratas, estoy seguro, sufren agudas y dolorosas fantasías aéreas, pero desde luego no las comprenden ni las transmiten. La escena de una rata mirando un murciélago implica una fuerte carga de melancolía para ambos bichos.) Para entender de lo que hablo hay que comprender la fuerza mecánica de los insectos no tiene puntos de contacto con las plumas de las aves. Son entes voladores diferentes.

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Por Juan Terranova. Lunes.  Leo una nota titulada “10 Incredible Stories Involving Helicopters.” Las historias están bien. Gente que roba helicópteros, gente que fabrica helicópteros en el fondo de su casa, gente que los destruye, que los incendia, que los repara, un piloto ruso que tuvo que defenderse de tres osos polares después de estrellarse en el ártico, presos que se escapan en helicópteros de una cárcel en un desierto mexicano. Y así. La mejor es la del robo en Libia de un helicóptero de combate ruso, el MI-25 Hind-D, por un Chinook del ejército de Estados Unidos. En la foto que ilustra esa parte de la nota se ve a un helicóptero blanco colgado de un helicóptero negro. El título dice: “The US Steals A Russian Attack Helicopter With A Helicopter.”

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Por Juan Terranova. Lunes. Ayer vi The Counselor, escrita por Cormac McCarthy. Obviamente Tony Scott es un genio filmando pero más allá de la curiosidad y las actuaciones, no encontré mucho. No lo encontré. Y eso no quiere decir que no esté ahí, sino que yo no lo percibo. El cine me resulta bastante ajeno pero no decir ajeno del todo. (Aunque las películas que vi en mi adolescencia me siguen gustando. El último boy scout del mismo Tony Scott me sigue pareciendo una obra maestra, desde la cual, como dice Alcácer, se puede leer toda la década. Supongo que perder interés por un soporte o un género es parte de madurar.)

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Por Juan Terranova. A principios de 1998, llegué a París buscando jazz, bohemia y existencialismo. Encontré una ciudad indiferente de árabes recelosos, exiliados kurdos y supermercados iluminados con tubos fluorescentes. Rápidamente comprendí que esas calles devaluadas y frías hasta la gelidez seguían vivas en los turistas que no conocían ni a Sastre ni a Django Reinhardt pero siempre se las arreglaban para encontrar los mejores bares. Una estudiante de Chicago cuya ocupación era beber, fornicar y decirle a su padre que intentaba aprender francés me ayudó a descubrir que Baudelaire rendía más que el idílico Hemingway de la belle époque. La arrebatada erotomanía de mi amiga americana compatibilizaba mejor con la libido y el spleen de las Flores del mal. Bastante después leí París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. El libro me gustó mucho, pero su París no tenía nada que ver con el mío.

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Por Juan Terranova. Lunes. Me pasan un link con fotos de los cuadros que pintaba Miles Davis. No me gustan. Y la música de Miles Davis tampoco me dice mucho. Aunque es evidente que la música era un poco mejor.

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Por Juan Terranova. Sábado. Hicimos un asado y Vanoli trajo el bourbon con el que yo había soñado.

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Por Juan Terranova. Lunes. Mi familia nunca tuvo nada que ver con la izquierda. Mis abuelos eran unos italianos melancólicos y taciturnos como solo pueden serlo los calabreses de las montañas. Perón los había traído a la Argentina después de la guerra, en un barco que se llamaba Buenos Aires, y ellos fueron peronistas sin más, trabajadores agradecidos que escapaban, por fin, del hambre y las privaciones. (“Con lo que tira una familia argentina viven dos familias europeas” decía Perón. Dios lo bendiga.) Así que mis primeros contactos con el marxismo se dieron en los apuntes del CBC. Ya conocía a Freud, por mi madre, y a Mies van der Rohe, por mi padre. Y antes de esos apuntes, había repasado a conciencia la biblioteca familiar que era incompleta y ecléctica, pero digna, curiosa y producto de un humanismo noble. (Una vez mi viejo me contó que unos meses antes de que yo naciera había llevado libros a Ramos Mejía y los había quemado en un tambor de doscientos litros. El inventario no iba más allá de Las venas abiertas de América Latina o algún otro bestseller progre de la época. Nada de Marx ni de Lenin. Como mucho algunos textos escogidos de Mao. El pirómano ocasional tampoco era un especialista porque Freud y Lacan de Althusser, por ejemplo, se salvó del fuego.)

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Por Juan Terranova. Sábado. Hoy en la librería del Centro Cultural Conti, le recomendé Los pichiciegos a Alejo y lo iba a comprar. Pero la edición de Interzona salía casi doscientos cincuenta pesos. Así que lo dejó y agarramos Musulmanes de Mariano Dorr que costaba apenas cien. Creo que fue un cambio inteligente.

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Por Juan Terranova. Lunes. Vuelvo a casa después de un día afuera haciendo trámites y me entero que llegó Fernando Barrientos. Viene desde Frankfurt, donde estuvo en la feria del libro. Me cuenta historias sobre bolivianos en Alemania.

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Por Juan Terranova. Domingo. La masa es racista. Necesitamos el concepto de diferencia para entender. Es herencia de la Aufklärung.