Por Adriana Amado - @Lady__AA Hay quienes suponen que la ley cambia los comportamientos. Si fuera así, los códigos serían condición suficiente para disuadir los crímenes. Y ya sabemos que no funciona así. Ni siquiera los castigos son disuasivos. Aclaro esto porque hay muchos que suponen que la ley de matrimonio igualitario es un lugar de llegada. Pero por suerte está el arte y la obra de Osvaldo Bazán para recordarnos que apenas si estamos en el punto de partida.
“Y un día Nico se fue” fue una novela que contaba en clave autobiográfica el difícil trance del primer amor. Que en su caso tuvo el condimento del descubrimiento de un idilio que no es el sueño de las madres ni el deleite de las revistas del corazón. Con lo que a los avatares de la pasión el protagonista tuvo que sumar la incomprensión de todos los que suponen que la vida idea es mamá-papá-dos nenes de preferencia uno en rosa y otro en celeste. Que es justamente el modelo que sigue predominando en esta sociedad que tanto cree en la familia tipo que se la propone de horma para todos y a todas. De ahí que el mismo cuento que había contado cuando no había ley tenga tanta validez para este país post ley. Porque no es el drama de un homosexual. Es el drama de cualquier ser humano que elige algo que no es lo que el contexto le tenía previsto dentro de las opciones.
Hace un tiempo venía amenazando Bazán por Twitter que iba a hacer un musical con todo eso. Como es un ironista, pensé que era una broma negra de las suyas para compensar el exceso de seriedad que le había dado su obra enciclopédica sobre la homosexualidad. Cuando dijo que iba a hacerlo con Ricky Pashkus, y este señor decía que sí, que era cierto, ahí entendí que la cosa venía en serio. Al ver el segundo ensayo general, confirmé que los dos se mandaron una gran obra.
La inteligencia de autor y director es haber descubierto que lo único que salva de las peores tragedias es el humor y que para que haga efectos debe ser más ácido cuanto más recidivo el síntoma. Cantar el prejuicio social con polleritas tutú, música de Ale Sergi y pestañas postizas para todos y todas es difícil. Reírte con la miseria del estereotipo de familia tipo que no suele ser familia para ningún tipo, mucho más. Pero salir con el espíritu vivificado y los pies inquietos por el ritmo en un drama es un milagro. Es cierto que a mí me encanta el musical como género pero también lo es que este encontró el tono perfecto entre el ridículo y lo dramático; entre el camp y lo Kitsch (no pienso caer en el lugar común ese de que te hace pasar de la risa al llanto como las películas de Enrique Carreras, aunque seguramente a Osvaldo le encantaría).
El Kitsch es la estética nacional. Por eso cuenta tan bien el drama que atraviesa nuestra cultura. Le escuché a Rafael Gumucio, de la revista “The Clinic”, recrear una definición de alguien pero que me pareció perfecta tal y como la contó: “El Kitsch es la flor de plástico: parece una flor pero no lo es”. La aceptación de la diversidad, ya no sexual, sino de elección de vida es tan Kitsch como “Y un día Nico se fue”. Parece que lo aceptamos, parece que somos tan de avanzada que hasta tenemos una ley que considera la posibilidad de nuevas formas de vínculos familiares, pero ¿por qué me siguen preguntando como si fuera una criminal por qué no estoy casada, por qué no tengo hijos, si no seré lesbiana, cuándo encaminaré mi vida? Ese es el drama del que se ríe Bazán, que no es exclusivo de un género sino que nos alcanza a todos en nuestra más íntima humanidad. No es la elección sexual sino la incomodidad que genera en quienes se supone que más nos quieren esas elecciones que nos diferencian de ellos.
Frente a la hipocresía del progresismo Kitsch (ese que parece, pero no es) que considera que un avance lo exime de promover otros, la obra incomoda en esos puntos donde roza lo políticamente correcto con el prejuicio inconfesable. No le preocupa caer en los estereotipos porque justamente de eso se burla: de los prejuicios de género y de los del género. Del puto sufrido y del musical remanido. De los feos, la gorda, la travesti, las madres, los padres, los buenos amigos, los apenas amigos (¡y todos tan bien actuados!). De la solemnidad cantada. La emoción que vi en los ojos de muchos que estaban ahí me confirmó eso que decía Hemingway que decía Donne: cuando escuches “Y un día Nico se fue”, no preguntes por quién suena esa campana. Suena por ti.