Por Cicco. Habrás visto algún concierto este año, me imagino. Vino tanta gente, habrás pescado alguno, queremos creer. Pero, ¿realmente viste el concierto? Sí, claro, lo has presenciado más lejos o más cerca, depende de tu poder adquisitivo. Sin embargo, y aún así, ¿viste algo del concierto o sólo te tragaste el show?
A decir verdad, cuando uno va a ver un recital, ve -son prácticamente sinónimos-, un show. Y un show tiene toda una serie de ingredientes singulares. Alguien ha montado las luces. El vestuario. La escenografía como si fuera una obra teatral. Los músicos suelen estar bañados de un aura particular. Para meterle garra a las partes más emotivas, se sacuden, un poco, confesémoslo, por demás para que usted también se sacuda. Todo eso es parte del show. Se lo montan para que usted sienta que pagó una entrada que valió la pena pagar.
En fin, usted ve el show pero, en verdad, no ve la banda. La banda se le esconde detrás de todo ese baile de luces y maquillaje. Se pierde en la mística del asunto.
Descubrí que, aún cuando fui a cientos de recitales a lo largo de mi vida, jamás había visto una banda en vivo hasta que, mire cómo son las cosas, ví la serie de Tiny Desk Concerts en youtube, que vendría ser algo como: Conciertos del Escritorcito. Duran poco más de 15 minutos y las bandas invitadas tocan en un living minúsculos, con bibliotecas detrás, discos apilados y, en verdad, no mucho lugar ni siquiera para afinar la guitarra. Toda esa supuesta incomodidad, le da a los conciertos del escritorcito, un aire familiar asombroso. En esos recitales, realmente uno ve el concierto. Los músicos van a cara lavada. Transpiran. La pifian. Se ríen. Tienen granos. Está todo tan cerca que uno, por momentos, siente el verdadero lugar de donde sale la música: sólo una suma de tipos que aman lo que hacen y tocan con el corazón.
El hallazgo de Tiny Desk Concerts es el hallazgo de las cosas sencillas. Llevar, en tiempos de megashows millonarios, toda la música al lugar de donde nunca debió salir: los músicos.
Por si fuera poco, los productores tienen un gusto monumental en la elección de los artistas. Podés ver desde a Adele y Tom Jones hasta el barbudo de Iron and Wine, y la boca torcida de Bill Callahan. Desde los Cranberries, ya entrados en años, hasta un rappero maravilloso llamado Gyptian, cantando en una sillita con una guitarra de acompañamiento. ¿Hace falta algo más para hacer y ver buena música? Nah.