LOS HIPERCRÍTICOS OPINAN |
Feinmann mira hacia atrás y arranca |
Por: Juan Terranova. Los sucesos políticos de la madrugada del jueves me encontraron en Corrientes, donde estuve comiendo chipá, escuchando chamamé y tomando notas sobre la fiesta de la Virgen de Itatí. Intenté quedarme despierto, con TN sintonizado en la televisión del hotel, pero finalmente me dormí. No corresponde a este espacio un análisis –que por otra parte me excede– sobre la decisión del vicepresidente de votar en contra de las acciones tomadas por el Gobierno al que pertenece, pero no puedo dejar de decir que el desarrollo de los acontecimientos me afecta. Antes de que comenzara la sesión de senadores, José Pablo Feinmann escribió una columna de opinión en Página/12. Sus palabras merecen ser leídas, tanto por sus pifies como por sus aciertos. ¿Se resignifican sus palabras después de este extraño desempate de trasnoche? Creo que no. Mis señalamientos son laterales, aunque quizás tiendan a explicar ciertas modulaciones en el discurso progresista sobre las que sí me siento autorizado a opinar. |
Intelectuales versus medios
En su columna, entre muchas otras cosas no menores, Feinmann habla de las cartas que intelectuales, escritores y artistas argentinos firmaron en apoyo al gobierno. Su postura se puede sintetizar así: “ellos, los “mejores”, dicen que están con el gobierno. La televisión no. ¿Usted de qué lado se va a poner?”. Aunque la considero moralista y maniquea, cuando no directamente ruda y desapareja, respeto la dicotomía entre los intelectuales y los medios. No es algo nuevo, más bien todo lo contrario. Los universos descriptos están conectados pero también viven separados, sobre todo, por las éticas que funcionan en cada uno. Que se enarbolen los nombres de la “cultura”, sin embargo, es lógica más propia de Cha-cha-cha que de un análisis político. La frase, de prosa sanmartiniana, “Lamentablemente la Carta que firman tantos de los mejores hombres y mujeres de la cultura de este país tiene poca eficacia”, me genera un poco de vergüenza ajena. El tema, en todo caso, da para mucho más y no vendría mal seguir pidiendo una autocrítica del lado de los “intelectuales”. (El planteo ya es clásico: si es tan importante, ¿por qué dejaron la televisión en manos del enemigo? No es una pregunta retórica. La respuesta es difusa, extraviada, derivada antes de un pragmatismo feroz que de una ideología programática.)
Más de lo mismo
Menos interesante son las denuncias al bulto que empuja Feinmann. ¿A quién va dirigido el efectismo de citar a la amenazante y fantasmal Flota Norteamericana que se acerca a la Argentina? ¿Quién no escuchó ya la descripción simplista de los caceroleros acomodados o el desprecio por los gronchos de la gente bien? Con estas reflexiones Feinmann le habla a los propios, no a los indecisos. Es un acto de contención, de reafirmación, se trata, una vez más, de sensacionalismo blanco, de izquierda, bien pensante, para indignación del sociólogo palermitano que alguna vez militó en el PCR y la psicoanalista judía que reprobaba a su primer marido cuando compraba La Nación.
Estoy de acuerdo
Ahora bien, dejo pasar todo esto porque estoy de acuerdo con las ideas de fondo. (Al fin y al cabo, soy un fascista recuperado, un opaco escriba barrial que leyó El dieciocho brumario en la facultad y un carnívoro militante que quiere seguir haciendo asados cada tanto. Y sí, es así: los periodistas viven de mezclar por partes iguales idiotez, obsecuencia y poder. Es más, podría firmar ya mismo este párrafo de Feinmann: “Todo lo que ha ocurrido hasta ahora tiene por finalidad minar el poder de este gobierno. Debilitarlo, restarle credibilidad, restarle gobernabilidad. Para el Poder agrícolo-mediático éste es un gobierno muy irritante.” Sin embargo, antes que adentrarme en el insensato y tortuoso mundo de los equívocos de la prensa y la televisión argentinas, me gustaría señalar otra cosa. La nota de Feinmann incluye una lista. Y los nombres de esa lista describen una limitación.
La lista de los veteranos
No hay pudor, pero sí hay una preferencia, una jerarquización, en el recorte que hace Feinmann de los que suscriben la mentada carta. Así, escribe: “Roberto “Tito” Cossa, Jorge Dubatti, Patricio Contreras, León Ferrari, Lilia Ferreyra, Juan Forn, Ricardo Forster, Norberto Galasso, Octavio Getino, Horacio González, Nicolás Casullo, Eduardo “Tato” Pavlovsky, Lorenzo Quinteros, Miguel Rep, Guillermo Saccomanno, Federico Schuster, Silvia Sigal, Horacio Verbitsky, David Viñas, Fernando Birri, Jorge Boccanera y la valiosa ensayista Pilar Calveiro, que ha hecho llegar su firma desde México, donde reside”.
Sacando a Juan Forn y a Jorge Dubatti, que fueron jóvenes a principios de los 90, el promedio de edad de los citados supera con tranquilidad los cincuenta años. Y si es muy errado leer este dato como falta de apoyo de la juventud a un gobierno democrático, sí es posible leerlo como la desconexión de Feinnman con la política que se viene. A la hora de citar, cita como Ñ, cita como el Teatro del San Martín, cita acartonado, cita para atrás. Su referente es el bronce y las arrugas de las caras de esos viejos militantes, el único mapa que conoce. Es más, la selección de Feinmann encuentra su balance incluyendo anti-peronistas acérrimos (Cossa y Viñas, a la cabeza). Entonces, ¿no se puede leer en este mix la incapacidad del peronismo o el partido justicialista o incluso el campo nacional y popular para generar o, mejor dicho, reconocer cuadros propios y su constante necesidad de pedir prestada gente de otro baile? Todas las generaciones quieren ser la última. En los nombres que elegimos de una lista se leen los reflejos de nuestra ideología. En los recortes que hacemos de nuestros referentes está nuestra postura política y vital. Feinmann es un claro ejemplo de ello. Su ironía en esta columna es torpe, confunde, alardea y se indigna groseramente, y en todas sus palabras, acertadas o esquivas, es palpable una nostalgia rugosa, material, regresiva y patente.
El que se juega, se juega
El arte de columna de opinión es complicado. Se escribe rápido, sobre la coyuntura, se arriesga mucho, a menudo se dicen innecesarias gansadas. Pero la opción del silencio a veces es coartada de comodidad antes que ignorancia asumida o humildad. En esta, estoy con Feinmann. Aunque, claro, yo elegiría otros nombres porque los que él elige transmiten en blanco y negro. Aliverti decía hace poco en una de sus excelentes columnas también para Página/12 que el gobierno comunicaba mal. Y es verdad. Es una de las cosas que debe corregir con urgencia. Pero no menos cierto es que sus cuadros y sus intelectuales orgánicos deben empezar a mirar a su alrededor para entender qué va a pasar en este bicentenario. Las infelices declaraciones de Feinman sobre los blogs evidencian su poca capacidad de actualización. Le vendría bien a los cuadros intelectuales progresistas, cada tanto, darle un poco más al refresh. Sobre todo porque la votación que se extendió hasta la madrugada del jueves no fue un final, si no un capítulo más dentro de una historia que está lejos de terminarse.
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