antonio carrizo

Por Luis Frontera (*). Si el inconsciente es el estrato más profundo del alma, Carrizo era un inconsciente. Creo que si cerraba los ojos y miraba hacia adentro, él podía escuchar todo lo que (según Borges) la pampa siempre quiere decirnos. Y al escuchar al propio Carrizo, uno no sabía si era su voz o si era que la radio respiraba.

 

Trabajé siete años en el informativo de Radio Rivadavia y muchas veces con él y su productor Roberto Rizzo, en “La vida y el canto”. Carrizo hacía radio para ser mirada. Abría los brazos frente al micrófono y gritaba (al aire): “¡El gol de Grillo a los ingleses fue así de grande, mirá bien, así de grande!”. Recuerdo haber transmitido un acto político desde un asado, pero más recuerdo sus instrucciones: “¡Fijate bien y deciles que el que pincha los chorizos en la parrilla es un maricón…!”.

Desde General Villegas llegó a Buenos Aires a los 21 años (en tren, que era menos que el subte pero más que la chata propaladora desde la cual hacía publicidad). Venía con pasado encima (algo borgeano lo acompañaba) y con futuro adentro (algún color de Carrizo suele aparecer en Alejandro Dolina).

Luego de cursar la primaria, abandonó la escuela para completar su educación con la lectura y la charla. Y con esas dos materias logró un lugar destacado en Comunicación, una ciencia tan esquiva que ahora tiene hasta universidad.

Había reemplazado la “d” por la “t” (“Ustet”, decía) y amaba el ajedrez, que es otra ciencia sin enseñanza oficial y en la que dos inteligencias se enfrentan en silencio y ante una multitud callada. En el primer piso de Radio Rivadavia (“bar de Miguelito”) solía discutir a gritos. Era peronista, hincha de Boca y fanático de un arquero de River (Amadeo Carrizo). Era también un nacionalista obstinado que, sin embargo, atesoraba su primera edición del “Facundo” de Sarmiento. Pero eso, claro, no lograba evitar que cada tanto entrase al informativo y le gritase a dos compañeros radicales: “¡Viva Juan Manuel de Rosas!”.

Probablemente no le quedaba cómodo Manuel Puig, el otro ídolo de Villegas: “Boquitas Pintadas” revelaba un mundo latente de perversidad y de lujuria y lo hacía con gente identificable de su ciudad (un chico podía decir, por ejemplo: “Mabel es la tía de mi mamá…”). Pero fueron parecidos en la manera de crear. Puig decía que el psicoanálisis (lo abismal del alma) tenía “la forma de un folletín”. Y se puede pensar que, a su vez, el interior de Carrizo estaba escrito como un radioteatro. Y eso no es menoscabar a ninguno de los dos porque, el libro argentino más importante, Martín Fierro, está escrito como una payada.

Su criollismo (y se puede decir “machismo”) es, seguramente, el que le permitía a Carrizo entender a Carlos Monzón. Recuerdo el reportaje en el que, el campeón, para expresar que su rival Emile Griffith era homosexual, dijo algo así: “Era hombre de la cintura para arriba y mujer de la cintura para abajo”. (Hay una frase inolvidable de Griffith, que mató en pelea a Benny Paret: “Maté a un hombre y me perdonan. Pero amo a un hombre y es imperdonable”).

Deseo finalmente contar algo personal. En enero de 2001 me habían alcanzado un libro: “Toponimia patagónica de etimología araucana, diccionario mapuche-español”, firmado por Juan Perón. El libro, entre otros datos, venía a señalar el origen mapuche de Perón. Consultado el periodista Hugo Gambini indicó que el texto había sido plagiado por Perón. Y Carrizo, también con argumentos, señaló lo contrario.

Días después (ya cerrando un artículo sobre el tema) escuché en el contestador el siguiente mensaje de Carrizo): “Ché Fronterita, por favor, poné que hay otra razón para saber que no hubo plagio de Perón: ¡Y la razón es que Gambini se escribe con G de Gorila!”. Quiero decir que, en febrero de 2016, se cumplirán las Bodas de Estaño (15 años), de aquel día en el que la voz de Antonio Carrizo, por teléfono, se dirigió hacia mi persona.

(*) Una personalísima despedida de Luis Frontera al genial creador de la radiofonía argentina que falleció el 1° de enero, a los 89 años. Fuente: Revista Noticias 8-1-2016