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La Cornisa late con el país |
Por Luis Majul. Me piden que explique cuál es el secreto de La Cornisa. Por qué, a punto de iniciar su décima temporada, sigue vivita, coleando y con ganas de más. Cuál es la fórmula para que en un país tan cambiante, donde ni siquiera la moneda permanece intacta y con cinco presidentes en una semana, un programa de una de las industrias más impacientes del mundo continúe en pie. Y cómo es que perdura un “periodístico”, cuando la muerte del género había sido anunciada ya en el siglo pasado. |
La verdad es que no estoy seguro. Pero la explicación que más me cierra es la que ensayó Diego Kolankowsky, productor ejecutivo del programa, hace un par de días. Dieguito dice que La Cornisa nunca fue un periodístico “políticamente correcto”. Que siempre vibró con las cosas que pasaron y pasan en la Argentina. Que, por ejemplo, en diciembre de 2001 “estuvo ahí”, en el medio de las cacerolas, el corralito y la incertidumbre. Que acompañó los mundiales de 2002 y 2006 cuando en el país no se hablaba de otra cosa. Que logró sentar en su living a todos los presidentes de la Argentina en el momento adecuado. Que discutió el fenómeno de la televisión en la misma época en que los tacheros empezaron a hablar de los puntos de rating.
La Cornisa latió y late junto con la Argentina. Por eso fue uno de los periodísticos más vistos durante 2001, cuando alcanzó un pico de 17 puntos. Por eso logró la última nota con Rodrigo, cuando en la mesa familiar no se dejaba de hablar de él, y él se comía la vida con bocados grandes. Por eso tuvo a Ricardo Barreda, Los Callejeros, a Omar Chabán, a Diego Maradona o a Charly García en el momento preciso.
Dieguito dice que, como los clásicos, La Cornisa cambia un poco todos los años, pero mantiene la esencia con la que fue creada. Es decir: puede tener una gráfica y una escenografía distinta y moderna; puede tener una temporada con columnistas, y otra, polémicas o investigaciones especiales; puede presentar los grandes reportajes en el piso y también en exteriores. Pero siempre será La Cornisa.
La Cornisa ya llevaba años de batallas cuando toda la producción, encabezada por quien esto escribe, le hizo llegar a la señora Mirtha Legrand una torta de chocolate, dulce de leche y crema. Una “bomba irresistible” hecha por mi mujer, licenciada en Relaciones Públicas y de profesión cocinera. Fue un operativo comando y de inteligencia que requería un mecanismo de relojería.
Sabíamos que Mirtha tomaba el té, todos los días después de las cinco. Habíamos acordado que su ex yerno, Nacho Viale padre, la invitaría a probar esa delicia. Sabíamos que leería la cartita de invitación. Y habíamos arreglado con una de sus asistentes que llamaríamos por teléfono, y que Mirtha lo atendería inmediatamente después de terminar la primera porción.
Fue así como la señora de los almuerzos, después de muchos intentos infructuosos, aceptó “subirse” a La Cornisa. “Esta torta es riquísima”, alcanzó a decirme, todavía descolocada. Kolankowsky recordó la anécdota en el almuerzo de inicio de temporada.
También desplegó su hipótesis denominada no es lo mismo. “Así como los invitados que vienen a La Cornisa saben que no es lo mismo que ir a cualquier otro programa, quiero que sepan que de ninguna manera es lo mismo trabajar aquí que en otro lugar, aunque sea parecido”.
Puede parecer vanidad, pero no es más que amor propio. El mismo amor propio que hizo que me pasara parte del verano convenciendo a Mario Pergolini para que viniera, este domingo, al primer programa de la décima temporada de La Cornisa. Porque Mario no suele ir al piso de ningún programa.
No pienso contar, todavía, qué fue lo que hicimos para disuadirlo. Pero esto es La Cornisa. Esta es la explicación. Y por eso seguimos aquí.