Por Sebastián Di Domenica. Ayer en el Facebook uno de mis contactos declaraba en tono jocoso que la elección del nuevo Papa lo había ubicado en un verdadero conflicto personal y espirutual: "Díganme que es una joda, por favor. Ayer inicié mi conversión del ateísmo al budismo, y ahora me vienen con un Papa argentino!" En un mensaje posterior, el mismo escriba agregó otro dato que seguro sumó puntos para su confusión: "¡mi mujer fue monaguillo del Papa durante su niñez!" Dos comentarios de una misma persona que sirven de muestra para reflejar algo de todo lo que han dicho y comentado miles y miles de argentinos ante la sorpresa por la proclamación del Papa compatriota. ¿Puede influir en la fé de alguien la llegada de un Papa de la misma nacionalidad? ¿Puede cambiar la mirada hacia la Iglesia y hacia la religión la aparición de una cabeza eclesiástica que habla el mismo idioma, que es hincha de San Lorenzo y que dice viajar en colectivo? Claro que puede y en eso reside el inmenso poder potencial de un Papa. Según el carisma, las intenciones expuestas y las habilidades políticas y discursivas su accionar puede influir en todos los rincones del mundo.
El Papa argentino llega a la cabeza de la Iglesia en un momento de gran crisis: una cúpula dividida, una lucha persistente entre conservadores y reformistas, la corrupción, los escándalos de la pedofilia aún presentes en la memoria de la mayoría, y un numeroso grupo de creyentes que se alejan o que buscan otras opciones de fé. Sin duda la Iglesia como institución ha perdido fuerza en las últimas décadas y a su vez ha perdido credibilidad; de la misma manera como ocurrió con las instituciones políticas en general. El nuevo Papa tiene la ardua tarea de recuperar adeptos y simpatías, y de intentar colaborar en la pacificación y en la búsqueda de justicia social en el mundo. Una labor más que complicada y ante una juventud en su mayoría escéptica de la religión y de la política.
Unas horas después de la fumata blanca y de la proclamación del argentino Jorge Bergoglio como Papa, en el marco de una clase tuve la oportunidad de charlar con un grupo de veinte jóvenes sobre la noticia que resonaba en la Argentina y el mundo. En el aula los chicos exteriorizaban escasa emoción ante la noticia y mostraban un gran esceptisismo ante las reales posibilidades de acciones papales que generen cambios concretos en la sociedad y el mundo. En especial recuerdo la apreciación de una joven que azorada contaba que no podía entender por qué una mujer compañera de trabajo se había puesto a llorar ante la aparición del nuevo pontífice.
Una actitud muy entendible en la joven estudiante, representante de una juventud que no considera a la política ni a la religión como un camino posible para lograr un mundo más justo. Su generación, a diferencia de otras, accede a gran cantidad de información a través de las redes sociales e Internet; con datos, fotos y opiniones de todo tipo de fuentes, que ofrecen un cuadro complejo y diverso de la realidad que nos toca vivir.
Desde mi mirada, yo hubiese preferido un Papa argentino más parecido al Padre Farinello. Pero curas como Farinello nunca llegan a las altas jeraquías del Vaticano. Por supuesto, y al margen de eso, deseo y espero que éste nuevo representante de la Iglesia logre ejercer un papado a favor de un mundo con más justicia, libertad e igualdad.