Por Cicco. Hay gente que sintió orgullo al ver al primer Papa argentino y salió a celebrar a la Catedral porque festejar en el Obelisco es cosa del fútbol. Hay sellos editoriales que sintieron el espíritu de oportunidad y salieron a desenterrar libros de Bergoglio el mismo día de su elección. Hay medios que se apuraron -hoy mismo se apuran- a sacar números especiales a todo culorrrr. Imagino que un puñado de imprenteros, prepara los pósters, los llaveros y vaya a saber qué más con la imagen lánguida y papal de Bergoglio con gorrita blanca.
En lo personal, yo no sentí nada de eso. Sólo me sentí, al enterarme, un poco avergonzado. Pensé: "Dios mío, ahora el mundo va a descubrir que los argentinos somos unos idiotas". Tener una princesa o un número uno del fútbol, vaya y pase. Es gente que habla poco, y cuya máxima virtud es su presencia. Pero un Sumo Pontífice salido de las entrañas de Buenos Aires, uf, da miedo.
Otra cosa era un Papa polaco, lejano y remoto. O un Papa alemán, europeo y glacial. Pero que el Papa sea argentino es volcar las miradas de todo el planeta sobre nuestro país. Piénselo un momento: El globo entero observando el vientre de donde emergió la nueva autoridad del catolicismo. Es tal la atención repentina, que a uno le dan ganas de ponerse una máscara y salir corriendo.
Aún así, le deseamos lo mejor a Bergoglio. Y sobre todo, le deseamos que sea lo más Papal y lo menos argentino posible.