UNA MULTITUD AULLANDO

Experiencia religiosa

AULLANDOPor: Adriana Amado. Hace un par de semanas tuve ocasión de presenciar una experiencia mística, casi rayana en el trance colectivo.  Ya saben: nada detiene al analista social en la búsqueda de la verdad, ni siquiera el fanatismo extremo. Así que partí esa noche de domingo al estadio mundialista designado para ritual, templo ideal si de fervores multitudinarios se trata. A cuadras ya se veían familias que llegaban entusiasmadas al encuentro, cófrades que desplegaban sus carteles festejando al protagonista, camaradas que van cantando a renovar la fe en su dios. Como no hay religión que escape a los rituales terrenales, la peregrinación era acompañada por vendedores ambulantes para quienes el milagro de la fe se tradujo en venta de imágenes, posters, estampas, remeras y suvenires transiluminados. Amuletos que santificarán los hogares con el espíritu del encuentro y permitirán recordar para siempre “yo estuve ahí”.

Adentro del estadio, el fervor se venía cocinando desde temprano, con lo que la ansiedad por ver al ídolo estallaba en suspiros cada vez que se probaban las luces. ¿Sale?, ¿¡ya sale!? Por las dudas, los carteles no claudicaban:,“Sos único”, “Lomas del Mirador presente”, “Fans Club Tengo Todo excepto a ti”, “Todo mi amor!!!! Kary de Hurlingham”. Pasadas las nueve, la llegada del mesías se reclamaba con suspiros tales que desacomodaban las sillas que los organizadores habían apretado en el campo. ¡Cuánta idolatría por metro cuadrado! Palmas, palmas urgentes. ¡Que empiece! ¡Que empiece!

De pronto, el estadio se oscureció y del escenario brotó la luz y la voz del hombre que todos esperaban. ¡Ah! Ahí descubrí lo qué era una multitud aullando. Sí, literalmente aullando. Y levantando sus manos al cielo, recibiendo como una epifanía el mensaje de amor universal y eterno a ritmo de orquesta latina. Y la cancha toda elevó hacia el cielo de Liniers las estrofas tantas veces repetidas. “Amor, amor, amor…”. Y la rubia de al lado no aguantó más y estalló en llanto. Lloró con la mirada perdida en el escenario, repitiendo ahogada por hipos “…nació de ti, nació de mí, de la esperanza”.

Si algo tienen de eficaces las nuevas religiones es haber sumado las nuevas tecnologías al ritual. Ni bien empezó la ceremonia, cámaras y celulares se elevaron sobre las cabezas y ahí se quedaron toda la noche, tratando de capturar todo lo que pasaba en el altar profano. Al meter la ceremonia entera en la diminuta pantallita, se guardó el milagro de esa noche para repetirlo todas las otras noches. O colgarlo en YouTube y así extender la evangelización por las redes sociales.

El espíritu científico está  entrenado para dejar de lado los prejuicios que podrían entorpecer la observación fidedigna. Pero hay circunstancias que exceden la mirada analítica. Puedo entender que alguien pague 400, 600, 800 pesos para ver a su ídolo. Puedo comprender que el romanticismo sea un culto predominantemente femenino, y que sus plegarias favoritas sean lágrimas y alaridos. Pero me excede que una mujer adulta llore desenfrenada cantando “No culpes a la lluvia” (¿Se entiende?, lloraba cuando repetía “no culpes a la playa”). O que otra bailara desenfrenada sobre tacos de 15 centímetros, vestida como para ir a un casamiento. Creo que trataba de conseguir que se posaran en ella los ojos de Luis Miguel. Por eso no dudó cuando pudo avanzar como diez filas saltando de silla en silla, cuando el patovica que la tenía vigilada tuvo que sumar sus músculos para contener el aluvión de locas que querían darle en mano al cantante flores, un corazón de peluche, ositos cariñosos. Porque hasta los custodios mejor entrenados nada pueden ante el desborde de estrógeno.

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