CARACTERÍSTICAS DEL CICLISTA URBANO
La sociedad y sus ciclovías

CICLOVÍASPor: Adriana Amado. Son tiempos complicados para los traslados. Por alguna razón incognoscible, Argentina fue condenada a un atraso colosal en su sistema de transporte, que obliga cada día a los ciudadanos a amontonarse en unas latas construidas el siglo pasado; a sumergirse en el hollín de escapes que hace años escupen explosiones de unos motores fundidos; a socializar con sus compatriotas en cercanías que ya quisieran tener con sus seres queridos. Pero no agrego nada al recordar que nuestros transportes públicos son feos, sucios y malos.

En una ciudad acosada por sus habitantes y por los que la visitan a diario, no hay escapatoria. Hay que ir de aquí para allá con cierta premura. Y ahí es donde aparece la bicicleta como alternativa. Claro que no como opción de vida sana: ya sabemos que tenemos más probabilidades de morir en un accidente de tránsito que de una enfermedad mortal, si es que el pedaleo se va a hacer en la vía pública. Así que no se trata de reducir el riesgo de un ataque cardíaco, sino de sortear embotellamientos y piquetes, evitar el derroche de taxis o estacionamientos prohibitivos, o simplemente, de dejar de amarrocar monedas para el colectivo.

Los que andamos en bici le ponemos el cuerpo al traslado. Literalmente. Además, ahorramos petróleo al planeta y cedemos nuestro lugar en los colectivos. Igual la sociedad parece enojada con los ciclistas, aunque no sean ni la mitad de desfachatados que los motoqueros, ni tan prepotentes como los colectiveros, ni tan agresivos como los taxistas, ni tan descuidados como los conductores porteños. Sin embargo, todos ellos manifiestan actitudes abiertamente hostiles a los pedaleros. Ejemplo: siendo que todas las arterias céntricas están congestionadas, los taxistas no dejan de acusar rabiosamente a los ciclistas de usurparle metro y medio de asfalto que se reservó en las escasas calles para las ciclovías. Y a pesar de que los motoqueros padecen la agresividad de los que van en cuatro ruedas, no se privan de cruzar la moto a los ciclistas que esperan en las esquinas, aprovechando la oportunidad de descargarse con alguien más desprovisto que ellos en la calle.

Ni hablar de los conductores de autos, que a pesar de que los carriles exclusivos para ciclistas ocupan una mínima proporción de las calles porteñas, es justo ahí donde quieren estacionar. Algunos incluso cruzan los cordones que separan los carriles para dejar el auto atravesado. Prefieren romper el paragolpes a perderse la oportunidad de ocupar un lugar que creen les fue usurpado. En estas circunstancias, que haya gente que a pesar de todo tiene ganas de sacar la bici a la calle es casi un milagro.

Sin embargo, el ciclista urbano resiste en sus dos variedades (no cuentan los consuetudinarios que van con lycras patrocinadas por ahí). El ciclista por opción, generalmente estudiantes de sociales, creativos publicitarios, músicos sin un mango, fanáticos del deporte que prefieren evitar los asientos sudorosos de las bicis fijas de los gimnasios. A ésos se los reconoce porque tienen bicis tuneadas (canastitos con flores, accesorios haciendo juego con las llantas, cascos metalizados) y morrales de Palermo Hollywood, lugar por dónde suelen ejercer su ciclismo. Menos cool es el ciclista nativo, comunes mortales que usan la bicicleta porque no les queda más remedio. Es su instrumento de trabajo y su recurso para estirar la plata del boleto diario. Ellos deben padecer la escasez de furgones en los trenes, la imposibilidad de llevar su modesto vehículo en el subte, la inexistencia de estacionamientos públicos baratos para dejar su patrimonio en guarda. Sus rodados tienen muchas pedaleadas encima, y las mejores ya fueron repintadas y tienen varios cambios de cubiertas. Suelen tener un portaequipaje casero, donde se ubica la valijita de herramientas, o el cajón del delivery. Se los ve por esas calles del sur de la ciudad, ésas que para muchos no existen. Andan sin casco, sin luces, sin alegría. Son los que pedalean la vida todos los días, demostrando que las ciclovías no son PRO. Son una forma de supervivencia. Pero, claro, nos se los ve, no tienen voz en las radios ni tiempo para el Facebook de Mejor en bici. Se pasan el día pedaleando.

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