DIEGO CEBALLOS

Por Pablo Llonto.
-Yo sé que él se equivocó- dice en forma entrecortada y muy nerviosa la madre del árbitro Diego Ceballos, un día después de la final de la Copa Argentina.
-Él le dijo, ¿me equivoqué ma?-punza rápido el conductor del programa.
-No, porque yo no hablé con él.
-Ahhh, ¿no habló con él todavía?– se asombra el periodista mientras pone cara de ¿cómo puede ser? frente a las pantallas.

 

Todo sucede en Fox Sports. El interrogador se llama Sebastián Vignolo, pero quizás no haya sido el anodino relator quien buscó el número de teléfono de la madre del árbitro, llamó a la casa, le explicó a la señora que se trataba de unos minutos nada más y que el asunto era: “hablar de todo lo que le está sucediendo a su hijo”.

No se conoce la historia de esta pequeña entrevista, pero no ha sido más que la reiteración de una vieja costumbre nuestra: pedirle la opinión a quién sea, con tal de echar leña y tener un título o un zócalo destacado.

El ajusticiamiento a un árbitro es una de las tantas variantes aburridas y sin sentido que caracterizan al periodismo deportivo mundial. Parten de aquello que Alejandro Dolina ha llamado muy bienla “superioridad moral”, que llevan adelante buena parte de los relatores y conductores de programas a la hora de juzgar jugadores, árbitros y entrenadores.

Mariano Closs, en estos días, pontifica sobre los árbitros y se enorgullece de haber dicho tiempo antes que Ceballos es un mal árbitro. Pero a raíz del caso Boca-Central asegura: “yo no puedo decir que no debe dirigir más”. Parece que lo va a eximir de culpas, pero no, termina enterrando a todos aquellos que llama “los malos árbitros”.

Con mejor prosa y más racocinio, Diego Latorre llama a la cordura desde su columna en Olé: “Los entrenadores aumentan esa predisposición al ventajeo, con gestos ademanes y palabras que promueven la revuelta. Para los medios, en especial el audiovisual, ese caldo es un manjar para servir a cualquier hora. Nosotros como comunicadores, damos una mano: deberíamos reflexionar acerca de la utilidad de tanto fogoneo”.

Todo esto ocurre en la primaveral Argentina de 2016, cuando el periodismo en general se hunde en la mediocridad: los que dicen investigar no investigan, los temas se abordan con superficialidad, y un puñado de “entendidos en fútbol” creen que serruchando las piernas de un árbitro que se ha equivocado, les levantarán un monumento frente al Palacio de Tribunales.

En los análisis y en los comentarios ya casi no existen los argumentos ni los fundamentos. Por eso, antes de contribuir a la violencia agitando el erróneo argumento de que los árbitros no pueden equivocarse nunca, bueno es atender el llamado que hace Gonzalo Bonadeo desde su columna en Perfil: “Pronto, la AFA tendrá elecciones. Sería un buen momento para que el mismo organismo que dispone de una norma como el artículo 225, que no tengo registro que exista en demasiados países, solicite una excepción y, a modo de prueba, le pida a la FIFA que le permita utilizar “la tecnología”. O, ¿por qué no?, el uso de una tarjeta de suspensión temporaria que tanto ayuda a otros deportes. Al fin y al cabo, nos pasamos la vida experimentando con el formato de los torneos y modificando reglas hasta en etapas de definición sin que a la FIFA se le mueva un pelo”.

Si los periodistas nos ocupamos de aportar soluciones para ir camino a los fallos justos, nos alejaremos cada vez más del llamado a la mamá, al vecino o a los hinchas furiosos que sólo quieren sangre.