nota la nacion

Por Pablo Llonto. Fue la palabra que el ex presidente de Gimnasia y Esgrima La Plata y asesor de Julio Grondona, Héctor Domínguez, utilizó el lunes 19 de mayo de 2014 para señalar al periodista del diario La Nación (no lo nombró, por lo tanto no sabemos a quién se refiere) que aseguró que la AFA ha otorgado entradas para el Mundial de Brasil a los barrabravas.

 

“Mala leche” fue el adjetivo usado por el mismo dirigente para calificar a los periodistas de Clarín y Olé que en las ediciones del domingo pasado aseguraron que los barras ya tienen 300 entradas por partido (entradas que eran de la AFA) para ingresar a cada uno de los primeros 3 compromisos de la Argentina en el Mundial.

Mientras tanto, lanzado por la ola clarinista, el abogado de la ONG Fútbol en Paz (Juan Lugones) presentó una denuncia ante la jueza de Instrucción Yamile Bernán para que averigüe, basándose en las informaciones periodísticas, si se ha cometido un delito encuadrado en la Ley de Violencia en el deporte: la facilitación de formación de grupos violentos.

Es que han mentido tanto los medios de comunicación hegemónicos en su historia que hoy les ha pasado aquello de la fábula del Pastorcito Mentiroso.

Domínguez salió a desmentirlos duramente y los desafió a que le comprueben que ”una sola entrada de la AFA está en manos de algún barra brava, uno solo”, dijo en el programa de Darío Villarruel en radio Del Plata.

Así están hoy las cosas en el periodismo argentino. Es tanta la mentira y la imprecisión, que ya uno no sabe a quién creerle y hasta los caraduras dirigentes de la AFA parecen jesuitas con la verdad en los labios.

Si Domínguez tuviese razón, la jueza Berna deberá proclamarlo. Y los periodistas irse a su casa a googlear una búsqueda de trabajo en algún lugar que solicite “charlatanes”.

Si Domínguez ha mentido, y esto fuese Tokio, alguien le sugeriría que lavase su honra a la manera de algunos suicidas japoneses. Pero no somos nipones.

Ya el domingo pasado uno de los periodistas menos creíbles del país (Jorge Lanata), se puso al frente de la nueva aventura periodística que transitaremos en las próximas semanas: acusar al Gobierno de utilizar a la Selección y al Mundial para tapar cuestiones económicas, políticas, sociales.

“El Gobierno quiere utilizar el fútbol para diluir el malhumor social y que durante la Copa del Mundo no se hable de otra cosa”, repitió, o copió, o pegó Lanata en ese renovado estilo del monopolio de tirar 100 frases por día encomilladas sin mencionar la fuente. Colaboraron en este “encubrimiento de una supuesta fuente” las laderas de Lanata, María Eugenia Duffard y Amelia Cole.

A esta altura de la vida mediática y mientras vivimos en el reino de la comunicación celular e internetiana, creer que un Mundial de Fútbol ayuda a tapar historias, es realmente de nabos y nabas.

Ya el propio estado arrancó mal con la presentación de las transmisiones del Mundial por Canal 7 al tener que escuchar a Tití Fernández hablar de ganar el Mundial en primera persona como si él levantase la Copa. Pero de algo estamos seguros: ni Tití ni nadie que se le parezca, ni los resultados, lograrán distraer a los pueblos de sus derechos y de la lucha por sus derechos. Vayan y vean qué pasa hoy en Brasil. Vayan y vean qué pasaba en la Argentina de 1986 o en la de 1990.

Pero “la escuela Clarín” sobre el tema, que sí sabe de manipular climas y silenciar noticias en la dictadura y el Mundial 78, supone que en las democracias pasa lo mismo. Y que el fútbol es el opio de los pueblos. Por eso toleraron que Susana Viau escribiera meses antes de morir la barbaridad de que el kirchnerismo iba tratar de salvar a River del descenso para no generar malestar popular en 2011. Pobre Susana, ya no era la de antes.

Es evidente que el Mundial dará mucho para revolear por los aires. Como nunca había pasado, el escenario del fútbol se ha convertido en otra batalla donde se verá en escena a mentirosos y no mentirosos.

Y la historia dirá quién es más nabo.