Por Cicco. Durante mi juventud, como seguramente la suya también, padecía el boliche. Dejé buena parte de mi dinero en tragos tobaras, gasté mis mejores comentarios en sitios donde no se escuchaba un pomo, y en fin, la pasé como el reverendo disco. Ahora, mi hija tiene 16 y vuelta a empezar la historia: “Papá”, dice, “a nadie le gusta ir al boliche pero no hay otro lugar adonde salir”. Pasaron 20 años y las discos siguen igual: explotadoras, enfermizas, incomprensibles. Pero esto, mis amigos, llegó a su fin.
¿Dije “el boliche llegó a su fin” en la frase anterior? Lo dije. Me hago cargo. Todo este punto de inflexión se dará gracias a una idea que tardé años en amasar. Si la hubiera tenido antes, me hubiese ahorrado sábados de sudor y lágrimas en antros de mala muerte al que todo el mundo llamaba boliche de onda.
Mi proyecto, flamante y flameante, trata de una cadena de discos, a la que llamo Amable. Y paso a contarle de qué se trata. A ver si le gusta el asunto y decide desembolsar millones en esta estrategia para enterrar el boliche canuto para siempre junto a toda la manga de dueños explotadores de adolescentes.
Una advertencia antes de seguir: Esta no es otra columna donde hablo idioteces y se supone que usted debe reírse de lo que escribo. Acá vamos en serio.
Para empezar, la disco Amable tiene sectores donde, mire qué cosa, la gente puede escucharse entre ellos. La música en esas áreas está atenuada, y las luces son cálidas, tranquis, casi románticas. Uno puede reconocer al otro, si vuelve a citarlo un miércoles por la tarde y no llevarse un chasco que deberá aguantarse y pagarle la cuenta.
Luego, está el staff, un grupo de expertos en relaciones sociales, cuya misión es que nadie quede solo. Cuando ven alguien cabizbajo, replegado en un rincón, preso de un ataque de miedo escénico, ellos le hablan, le presentan gente, lo invitan a tomar algo. En fin, le levantan el ánimo.
Ah, hablando de tomar: en las discos Amable, lo siento mucho por usted, pero no se vende alcohol. Habrá visto cómo cada vez que tomó una decisión de la cual se arrepintió tal vez toda su vida, estuvo regada con alcohol. Así que no queremos que se arrepienta aquí. Y tampoco queremos que en el boliche la pase tan mal que su mejor recurso sea ponerse de la gorra con Fernet. Es sábado, mis amigos, se supone que uno elige un lugar donde naturalmente dé rienda suelta a la algarabía pisoteada durante la semana.
Entonces, recapitulemos, alcohol cero, espacios para sociabilizar, staff que integra a los invitados. Copado, ¿no?
Me queda un aspecto importante por contarles. En la disco Amable no hay ropa. Es decir, no es que van a ir desnudos. No, señor. La idea aquí es que al llegar a la puerta, habrá vestuarios donde cada uno se pondrá unos mamelucos del mismo color. ¿Socialismo de boliche?, dirá. Nah. Se trata de uniformar la superficie para q conocer el interior. ¿Una utopía? ¿Un sueño demente? Tal vez. Pero no me diga que no vale la pena el intento.
En esta disco, por fuera, todos iguales. Y si alguien se pone a bailar arriba del parlante, el staff lo baja de un hondazo.
La música será bailable pero no enloquecedora. Habrá espacios verdes donde la gente puede recibir sesiones de meditación, reiki y demás. Y habrá sectores con juegos de mesa, y pool, y dardos. El objetivo es unir.
Es increíble cómo la humanidad cada año trae un modelo de celular más moderno que el otro, avanza a pasos agigantados en energías alternativas, física, astronomía, biología y demás, y pasan las décadas y sigue mandando a sus jóvenes a que un boliche, semana tras semana, se lleve lo mejor de sus neuronas.
Yo soy un convencido: no es una crisis de educación lo que lleva a un país al desbarranco. No es un bajón en los valores éticos y morales. Es seguir dejando la noche y la diversión en manos de papanatas buenos para nada. Pero, señores, esto se acabó.
Nota al pie: Para inversiones, sponsoreos y colaboraciones desinteresadas en la cadena de discos Amable, por favor contactar al editor de esta página. Aceptamos Patacones, monedas fuera de circulación y billetes de Monopoly.