foto

Por Cicco. Nunca los malos fueron tan cool como en las pelis de Tarantino. Y eso, parece, fue el principio del fin. O tal vez, quién sabe, fue con Caracortada, el film de Brian de Palma donde Tony Montana acababa a los tiros de metralla con la policía, rodeado hasta morir, siempre bien vestido, siempre cheronca.

 

Luego, llegaron Los Soprano y la telenovela de Pablo Escobar. Y de pronto, los mafiosos, los capos narcos y los sicarios se transformaron en gente copada, con estilo y con buenos gustos culturales.

No está mal que nos gusten las películas de acción y adrenalina. No es pecado mortal que, un tendal de descerebrados, disfruten siete sagas de Rápido y furioso o se pasen videos virales donde un criminal escapa de la policía hasta morir. Lo alarmante es que, en la vida real, tomemos la muerte, la mafia y el narcotráfico como si fueran eslabones de esa misma mala y repetida película. Y en lugar de entrar en pánico y poner el grito en el cielo, queramos que no terminen nunca. O, lo que es aún peor, nos pongamos del lado de los malditos.

Y los malos también caen en la volteada. La policía capturó al Chapo Gusmán, gracias a sus delirios de grandeza cinematógrafica. Quiso competir con la exposición y el aura de leyenda de su colega Pablo Escobar, y se propuso seguir de cerca un proyecto de peli autobiográfica. A raíz de eso, lo localizaron y detuvieron. El fenómeno es contagioso.

Imagino que, entre los miles de televidentes que siguieron minuto a minuto la fuga vertiginosa de los hermanos Lanatta y Schillaci, hubo un puñado de productores que llenaron sus días hablando con abogados para comprar los derechos de esa historia fabulosa e insensata. No fueron los únicos. Millones de argentinos se mantuvieron informados de las novedades de la fuga, como si fueran episodios de una serie, y en lugar de alerta y enojo, hiciera falta un buen sillón y destapar una cerveza fría.

Nos encanta la gente que tira y se la juega, a matar o morir, por la causa que sea. Que huye de la policía y se corta solo. Que hace, por así decirlo, su propia ley. Lo disfrutamos y, cuando los atrapan, nos parece que la vida pierde sentido. Que el noticiero se enfría. Y que falta mucho tiempo hasta que una mente brillante, lo transforme debidamente en película. Y ahí sí, la podamos disfrutar en pantalla grande. La forma que tiene el hombre moderno de convertir la tragedia del mundo en pasatiempo pochoclero.