chapo

Por Cicco. Uf, una o dos veces al año siempre llega un túnel a los titulares de los medios. Y siempre, claro, hay un drama metido dentro.

 

Los noticieros contaron con lujo de detalles la lujosa construcción del túnel del Chapo, y hasta revelaron que la DEA sabía de su escapada. Pero, quiéralo o no, los túneles siempre vuelven.

Para empezar, los túneles que conectaban históricamente iglesias con los edificios de gobierno. Hasta el túnel magistral que usaron y luego perforaron los boqueteros del Banco Río. O el túnel de los mineros en Chile que se vino abajo dejándolos en la oscuridad semanas enteras.

El túnel, hasta Sábato lo eligió para título de su novela, un hombre con ánimo siempre por debajo de la tierra. Están también los túneles que facilitan el tránsito, conectan calles y crean líneas de subterráneos. Hay túneles bajo el mar para unir ciudades y países. Está el túnel que mete Messi a los rivales cada vez que está inspirado. Y los túneles clandestinos que cruzan fronteras –entre México y Estados Unidos hay centenares-. El túnel siempre el túnel.

Nadie quiere los túneles pero son necesarios. No somos bichos roedores. Vietnam del Sur ganó una guerra basándose en túneles. Habían construido prácticamente una ciudad subterránea para ganar a los Estados Unidos. Hasta una vez, mostraron cómo Saddam Hussein había vivido sus últimos días antes de ser capturado en un túnel –a su par libio, Gadafi, lo descubrieron en un lugar más humilde aun escondido en una alcantarilla-.

Últimamente, sin embargo, los túneles llegan a los medios, en mayor medida, de la mano de los boqueteros y los presos. Pero nunca hubo un túnel tan cinco estrellas como el del Chapo. Se merece un monumento. Bajo tierra claro.