Diego Golombek

Por Cicco. Si no fuera por él, tal vez Adrián Paenza y sus cálculos matemáticos, o Facundo Manes y sus exploraciones de la neurociencias, serían sólo temas menores escondidos en los diarios. Asignaturas plomazo que los medios deben contar para equilibrar tanta nota poco seria. Pero, a Dios gracias, existe Diego Golombek. Y es argentino. Y gracias a él, las ciencias hoy son tan pop como Michael Jackson.

 

Una semana atrás, la Unesco le dio el Premio Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología. No hay otro premio, en el continente tan importante. Y les digo algo: Golombek se lo merece. Basta si no con ver los malabares que hace en sus programas de tevé. O los hallazgos que publica cada dos por tres, en su colección La Ciencia que Ladra, donde se inició Paenza como divulgador matemático.

Golombek es doctor en biología, experto en cronobiología y profe en la Universidad de Quilmes, pero eso es lo que dice el currículum, pues lo que encarga no tiene fin: sus campañas de divulgación científica en las escuelas, han logrado que miles de jóvenes, de pronto, descubran que la ciencia está viva -y ladra claro- y nada tiene que ver con esos profesores bodrio que enseñan cosas lejanas y encriptadas. Golombek logró que desde la música, al asado, desde los colores al azar y las neuronas de Dios, todo pudiera narrarse en clave de las ciencias. Cómo lo queremos a Golombek.
Eso sí que es un divulgador. Y no tanto periodista que informa y reproduce gacetillas, encuestas y entrevistas, y no se plantea qué catzo está haciendo o quién está instruyendo con todo eso que él escribe como quien vomita.

Golombek no da puntada sin hilo. O puntada sin ciencia. Le dieron en el 2007, el Konex. Pero eso no es suficiente. El hombre se merece más. Por haber dado en el clavo, y transformar su pasión en la pasión de miles de lectores y nuevas generaciones de potenciales científicos, Golombek se merece un lugar en la historia de la educación Argentina.

"El imaginario del científico es el de un tipo solemne con guardapolvo, anteojos gruesos y moscas en la cabeza”, suele repetir en sus notas. “Es una absoluta mentira, un laboratorio es un lugar muy divertido". Lo queremos a Golombek. Necesitamos un par más como él. Mínimo.