Ida película

Por Cicco. Que el colega Porta Fouz me perdone, pero a veces, uno no puede dejar de hablar de ciertas películas. Porque saltan el mero hecho cinematográfico y se cuelan en la vida. Eso fue lo que me sucedió con Ida, dirigida por Pawel Pawlikowski, un polaco, educado en Inglaterra. Un católico que acabó viudo y terminó regresando a su Polonia natal. Un hombre de fe.

 

Ida, que ganó los últimos Oscar a mejor peli extranjera, es la parábola de una aspirante a monja, huérfana, que conoce a su tía, una mujer bebedora, que va de hombre en hombre, y es un emblema de tenacidad en su cargo en la justicia. Ella, la tía, no entiende cómo con todos los placeres que hay ahí allá afuera en el mundo -y eso que el film está ambientado en los '60-, su sobrina decide hacer carrera de monja.

La historia, Pawlikowski la narra en blanco y negro, y con una panorámica a la antigua, en -por si sabe del tema, yo no- 4:3. Esto le da a cada escena un encuadre inesperado como si de pronto, uno tuviera la capacidad visual de los felinos. Qué 3D, ni 3D. El 4:3 es un regreso innovador.

Si fuera Hollywood, Ida, que conoce la vida más allá del convento, se enamora de un saxofonista de jazz y éste le ofrece ir de gira con ella. Ida, que un día decide probar la bebida también ella y acostarse con el hombre del saxo. Ella, que tan pudorosa, y recatada, en un momento se suelta la sotana, se cepilla su magnífico pelo rojo y descubre, ante el espejo, la belleza contenida en la cofia. Si fuera Hollywood, le decía, era sumar uno más uno: y como resultado, uno la tendría a Ida, abandonando los hábitos, con niños, y acompañando a su marido triunfal con su música por el mundo.

Pero este es otro cine. Pawlikowski tiene otra cabeza. Ida descubre que, su familia es, en verdad de raíces judías. Y ella, en lugar de dar un vuelco a su vida y escapar con el músico, toma una decisión que, a cualquier occidental deja mudo: iba a poner acá cuál era esa decisíon, pero temo frustrarle el final, ¿no es cierto?

Ida lleva en sí misma lo mejor del cine europeo. Paisajístico, contundente, sentimental, medido.

El objetivo de Pawlikowski, sin embargo, era poner el énfasis en la encrucijada cultural y espiritual, el dilema de alguien que descubre el judaísmo de sus antepasados cuando ya está avanzada en su camino en la iglesia. “¿Qué significa ser cristiano? ¿Puede uno ser un buen cristiano sin pertenecer al catolicismo polaco?”, se preguntaba el director en una entrevista en Filmmaker. “¿Es la relgiión una demarcación tribal o es algo espiritual que habitan dentro de uno? En Europa Oriental y central y la religión tiende a ser una marca tribal de alguna clase, lo cual es profundamente anticristiano. Cuando las enseñanzas de Cristo eran asombrosamente universales... ¿Puede uno escapar a todas esas definiciones y vivir una existencia puramente espiritual? Polonia está llena de esas preguntas”.

Todos esos interrogantes atraviesan el derrotero de Ida, en el iniverno polaco. Una mujer que descubre que la espiritualidad, vale mucho más mil vidas made in Hollywood.