papa noel cicco

Por Cicco. Como podrá ver por el desfile de fotos de arriba en la esquinita de esta página, donde los autores eméritos de este sitio desfilan sus caras, tengo barba y llevo gorra. Desde hace años, abracé el sufismo, el ala mística del islam. Y desde hace años, también renuncié a ese hábito que, al parecer, nos hace tan felices, nos da tanta esperanza y nos vuelve de golpe y porrazo burbujeantes como la coca cola. Así es: dejé la navidad. Y, aunque no lo crea, para los que no adherimos más a ella, la vida es mucho mejor.

 

Si bien mis padres nunca pusieron el énfasis en Papá Noel, jamás una historia de navidad en casa junto a un hogar de leños ardiendo -mejor ventilador, ¿no es cierto?-, jamás un duende, jamás un trineo, aún así, siempre religiosamente, mis padres hicieron llegar sus regalos sin que lo advirtieran ni mis hermanos ni yo. Aún cuando no imperaba el espíritu navideño en casa, armábamos el árbol el 8, como corresponde. Y le dábamos toda la decoración posible. Era un momento no de esperanza, más bien de expectativa. De pálpito y sudor en las manos.

Porque a mí Papá Noel, para serle franco, me importaba tres pepinos. Lo importante era que el mecanismo secreto de delivery de regalos siguiera año tras año, funcionando tan bien. Y cómo los deseos que uno pronunciaba a viva voz, terminaban plasmados bajo el árbol envueltos en papel y anudados con moño.

Lo mismo con los reyes: mis padres jamás me dijeron: “Andá a ponerle agüita a los camellos y pasto para que sigan camino”. Era un contrato tácito: ellos cumplían con el envío. Yo cumplía con mi deber de ser niño y callar el secreto.

Habrá, claro, familias que contagiadas por el fulgor Disney, inyectan a las navidades de su debida cuota de magia. No así la mía. Pues, muy por lo bajo, todo adulto sabe que cuando se menciona la palabra magia ante los niños, en verdad lo que uno dice es: farsa.

Y así son las cosas: la navidad es un hábito que permite aceptar, ya desde niños, la idea de una conspiración para llevar adelante una farsa. Es como formar parte de la cosa nostra. Comer frutos secos de invierno en pleno verano. Decorar un árbol que nada tiene que ver con las enseñanzas de Jesús. Y recordar su nacimiento en una fecha que, todo el mundo coincide, no es la real.

Ilusos de nosotros.

Tengo desde hace años, el arbolito arrumbado en el cuartito de la bomba de agua. Días atrás, en tren de limpieza, tiré la estrellita de Belén que tanta algarabía trae en los niños. Tristeza, ni ahí.

Ojo: a mis hijos y a la familia, sigo dándoles regalos y brindando la noche del 24. porque, salido del marketing y la farsa, uno entiende la navidad como lo que es: un evento social. Y no: no lo queremos a Papá Noel. Hasta que no le quiten la ropa diseñada por campaña de Coca Cola. Vamos a seguir pensando que encarna una fantasía sostenida en una farsa y una desilusión. Y, para santo, le sigue faltando, como mínimo, bajar varios kilitos. O que el mundo, rediseñe sus chimeneas.