no sabe

Por Cicco. Habrá visto el avance del ébola que arrastra el miedo hacia Occidente. El nombramiento del nuevo Nobel de Economía. Habrá visto la decisión de apertura del Vaticano con el matrimonio igualitario. Habrá seguido la aplastante victoria de Evo en Bolivia y Dilma en Brasil. Pero, ¿sabe una cosa? Sobre todos esos temas y muchos más, no tengo nada para decir. Así es. No puedo llenar ni una línea seria de análisis al respecto. ¿Por qué motivo? Porque no sé. No tengo una opinión formada. Y lo admito.

 

No saber: las dos palabras que hacen temblar al periodismo y la intelectualidad. Cuando el periodista no sabe, enloquece: cubre el bache con supuestos expertos en la materia, manda a pedir sondeos a las encuestadoras, pone fotos rutilantes a doble página, y mueve cielo y tierra para que eso que no sabe, al menos, se discimule en su artículo. Y si todo eso no funciona, cita a Borges. Borges, un tipo que sabía.

A eso justamente se dedican los editores que revisan los textos con lupa de sus cronistas, con el fin de que no haya un hilo de luz para la incógnita. “Che”, dirá, incómodo el jefe. “¿Cómo es que dice en el texto, se estima que? ¿No tenemos la crifra exacta?” Y no: no hay cifra exacta. Nunca la hay. Es por eso que los editores siempre andan arrastrando los pies por la redacción, con cara de traste: el peso de saber que no saben.
El periodismo es el arte de encubrir la ignorancia. Anda, codo a codo con la mentira. Son primas hermanas. Se parecen demasiado.

Jamás verá a un analista político o deportivo, jamás escuchará a un conductor de noticiero admitir: “La verdad que no sé. Y no tengo nada para decir sobre este asunto que, imagino, a ussted le debe importar mucho”. Es la confesión que acabaría con el circo mediático. Que derrumbaría la sensación térmica periodística de que “trabajamos 24 hs para usted”.

Saber o no saber, esa es la cuestión. Y la verdad que, pensándolo bien –porque el que no sabe también puede, de tanto en tanto, ponerse a pensar- desconocer es reconocer que uno conoce poco y nada. Fíjese el punto negro pequeñísimo, cual barrito galáctico, que representamos en el cosmos. Imagine, en ese cuadro desconocido e inexplorado, su vida. Y el desatino de decir: “Porque yo sé cómo son las cosas”.

En este mundo, las tres clases de gente que dicen saber, son los periodistas, los políticos y los taxistas –ni siquiera Borges, se enorgullecía de su saber-. Hasta los médicos y los científicos admiten abiertamente no saber. Ello no se meten donde desconocen el terreno. E incluso de tan cautelosos, llegan a pasar ese temor, esa sensación de vacío al paciente: “Mire, no sabemos si con esta operación usted se recuperará totalmente”.

Si ellos admiten que no saben, ¿por qué los periodistas seguimos sacando pecho y emparchando la ignorancia con infografías y columnistas de mano en mentón?

¿Pensamos que, frente al primer “no sabe no contesta”, el lector saldrá despavorido? Una locura. En mi caso, opté por una estrategia social: ante el primer tipo que me dice que “uy, yo de eso me lo sé todo”, le agradezco infinitamente su gentileza por avisar, lo saludo con mucho respeto, doy media vuelta y salgo corriendo.