armas y balas

Por Cicco. Tanto tiroteo. Tanto secuestro express y balacera que termina en tragedia. Tanta violencia acelerada y campaña para formar más polis, y nadie, qué locura, se hace la pregunta clave: ¿de dónde vienen las balas que no están matando?

 

Siempre que se da una escalada de violencia, tarde o temprano aparece una campaña de desamarmentización. En la Argentina, data del 2007. Si uno va ahora mismo a un puesto del RENAR –hay en todas las provincias- y entrega su pistola le dan, como mínimo, 500 pesos hasta un tope de 2000 para armas de grueso calibre. Por cada bala, recibe entre 25 y 50 centavos. En diez años –incluyen operativos antes de lanzarse la campaña-, destruyeron más de 272 mil armas. En Mar del Plata, por ejemplo, un verano a los niños que llegaron con armas de juguete, les permitían destruirlas en la misma prensa hidráulica que emplea el RENAR con las pistolas verdaderas. Y les daban, así decían, “un juguete que simboliza la paz”.

Sólo dos años atrás, se destruyeron en un paraje en Córdoba 160.531 armas, algunas de ellas confiscadas en operativos y otras entregadas como parte del plan voluntario de desarme. Además de destruir las armas, el Estado enterró y detonó 1.495.383 municiones.

A veces, sólo se apela a la conciencia de los portadores para que etreguen sus armas. A veces, se consruyen monolitos por la paz con las pistolas fundidas. A veces, les dan algo a cambio. Sin embargo, mal que les pese a los generadores de campañas, siempre sale el tiro por la culata. Los índices de violencia siguen por las nubes. Y gente de todas las edades tien cada vez más fácil acceso a un arma y a salir a matar. Matar es sencillo. Lo hacen en las películas. Lo alientan los músicos. Y los videogames. Con un país armado hasta los dientes, no hay mucha campaña, en apariencia, por contrarrestar la tendencia. Todo están armados, ok. Pero, ¿qué sucede con las municiones? Si no se pueden quitar las armas, al menos, que se frene la producción de balas.

A las armas no las carga el diablo. Las carga, en la Argentina, Fabraciones Militares. Su producción dos años atrás fue la más alta en 30 años. Se supone que todas las muninciones producidas allí, van a las fuerzas de seguridad del Estado. Se supone. La investigación de eso, excede esta columna.

Así como existen documentos, patentes y filigranas de autenticidad hasta en las entradas de teatro que nos dice de dónde viene cada cosa, ¿por qué no se hace lo mismo con las balas? Basta de balas anónimas circulando por las calles. Cada bala debería llevar, por ley, la fábrica donde se hizo y la identidad de quien la adquirió. No más balas sin nombre. No más municiones sin responsables metiendo miedo y facilitando las cosas a los criminales. De ahora en más, una bala, una firma. Y se verá quién es el primero en atreverse a apretar el gatillo.