Por Javier Porta Fouz. Desde que empecé a escribir para Hipercrítico numeré los textos. No hice eso con otros medios. Pero aquí siempre los numeré. Claro, el número no se ve acá, pero está en el nombre del archivo que envío (o comparto, porque ahora Google Drive). En fin, que esta es la columna número 300. Hace un tiempo pensaba en hacer alguna especie de balance por el número redondo. Pero justo cayó el 300 para la semana del estreno de Puente de espías, de Steven Spielberg.
Desde febrero de 2013, es decir 32 meses, que no teníamos un estreno del señor Spielberg. Desde su Lincoln, que era una gran película. Y Puente de espías es aún mejor. La nueva de Spielberg es una de esas maravillas que nos ubican de inmediato: nos gusta el cine en gran parte porque existen estas películas, porque existen relatos con esta tersura, con esta fluidez, con esta mano maestra. Porque mientras vemos Puente de espías sentimos que narrar historias en cine puede hacerse con esta aparente sencillez, con esta contundencia, con la potencia y brevedad del término storytelling en inglés. Storytelling: una sola palabra, de sentido contundente, con la fuerza de la unión de sus componentes. Tres palabras para el sentido en castellano: narración de historias.
Spielberg narra, cuenta: la historia progresa, y la historia del mundo, la opresión totalitaria, opera sobre los personajes. La Guerra Fría, la U.R.S.S., los espías, el miedo ante el comunismo, el delirante muro de Berlín, la RDA, etc. Y un hombre que decide hacer lo correcto. Una película de resistencia política, una resistencia que se liga con la responsabilidad, con el rechazo del cinismo y la conveniencia, con la claridad necesaria para saber que lo mayoritario no es necesariamente lo mismo que lo justo, lo legal, lo que se ajusta a las reglas que definen las bases de un país. El abogado James B. Donovan sufre por hacer lo correcto, y se aguanta el sufrimiento, y sigue, y persevera. Y la posibilidad de que al final la realidad se defina a su favor es nuestra esperanza; pero él no lo hace por eso, no puede saber el resultado. Lo hace porque es lo que debe hacer. Puente de espías es una película sobre las decisiones que nos constituyen. Un no, un sí. Una manera de plantarse aunque se pierdan amistades, relaciones, aunque haya más por perder que por ganar.
El qué es el cómo para Puente de espías. Lo es siempre para los directores cabales. Spielberg, narrador consumado, siempre lo supo. Otra cosa distinta son las ideas que se derivan de las acciones de los personajes, de sus objetivos. Lincoln era una película más enredada políticamente, su tesis era más sucia, más llena de barro: importaba más el objetivo, importaba menos tanto cómo se llegaba a él. De alguna manera, Puente de espías es una respuesta a Lincoln, una opción distinta, una película que exhibe un camino que algunos verán como inocente, o maniqueo, o “demasiado” altruista. En el cambio de protagonista, de Daniel Day-Lewis a Tom Hanks, en su naturaleza actoral, en la mayor oscuridad del primero y la honestidad que irradia el segundo, se profundizan también las diferencias.
Spielberg, una de las mayores inteligencias que ha dado el cine, cuenta. Pone el storytelling por delante. Decide no bombardear la esperanza, la perseverancia de su protagonista. Sigue, cuenta, dispone los elementos para que todo fluya, para que siempre tengamos ganas de saber qué pasó después. Hace una película de juicio, una de negociación, y muchas otras. No debemos ni queremos contar el argumento. Podemos maravillarnos por la reconstrucción de Berlín dividida. Sabemos cómo terminó ese muro que entonces empezaba, y podemos mirar al pasado con la tranquilidad de conocer el fin. Spielberg construye, cincela sus personajes, los define una y otra vez desde diferentes ángulos, diferentes luces. Cuando llegamos al final del camino por un lado queremos que siga el storytelling y por otro nos damos cuenta de que cuando se haga finalmente público el resultado de la perseverancia y de hacer lo correcto, no quedará más remedio que emocionarnos.
Spielberg ha hecho otra obra maestra sobre el hombre americano -como La guerra de los mundos-, una película que presenta sus ideas sin que se noten, con su integración a una narración, a un storytelling que demuestra, una vez más, la sabiduría del director para entretenernos mientras nos cuenta el mundo, su mundo, uno en el que -justamente- la RDA no es un ideal de libertad.