Por Javier Porta Fouz. La semana pasada se estrenó una película excelente, de las de lanzamiento y distribución globales, con mega estrella, con presupuesto enorme, con viajes por el mundo y acción deslumbrante. Esta semana se estrenó otra película excelente, pero de las de lanzamiento escalonado, cuya presencia en diferentes países depende de la decisión de diversos distribuidores locales o regionales. En los dos casos tenemos responsables principales: Tom Cruise y Nanni Moretti.
Tom Cruise nació en 1962. Empezó a producir en 1996 con Misión Imposible, la primera, la de Brian De Palma. Es una de las estrellas más taquilleras de toda la historia del cine. Actor de los de presencia clásica, de gran fotogenia, de capacidad cinematográfica inmediata. En algunos momentos se preocupó por demostrar que podía ser reconocido también por aquellos que gustan de actuaciones más ostentosas como las de Magnolia o Nacido el 4 de julio. Pero Cruise es evidencia, más allá de lo que necesiten los buscadores de redundancias: es un actor con estirpe de cine, con una inteligencia cinética superior. Cruise es el hombre que corre, y así entra en escena en esta quinta Misión Imposible: cruza el cuadro a toda velocidad antes de colgarse de un avión que está despegando. Cruise o el movimiento imparable. Para quienes todavía dudan de Cruise les paso -otra vez- los directores con los que trabajó: Steven Spielberg, Stanley Kubrick, Brian De Palma, John Woo, J. J. Abrams, Brad Bird, Michael Mann, Tony Scott, Ridley Scott, Martin Scorsese, Cameron Crowe, Paul Thomas Anderson, Francis Ford Coppola. Y no son todos. No hay muchas otras carreras actorales comparables. Y ahora Cruise, en y mediante Misión Imposible 5, confirma lo que ya sabíamos de sobra gracias a Jack Reacher: Christopher McQuarrie es otro director de tremenda sabiduría. Y de una habilidad tan grande para combinar acción, humor y suspenso que mentar a Alfred Hitchcock no es en vano. En esta Misión imposible la idea de McGuffin se lleva a alturas inolvidables. Pero para qué abundar aquí en detalles argumentales que están perfectamente llevados al cine, al movimiento, a la pantalla como imanes, como fascinaciones. Las cinco misiones imposibles son cinco grandes películas (mi orden es: todas una maravilla menos la 3, que es muy buena) hechas por cinco grandes directores distintos, todos ya mencionados en este párrafo. Y son películas consistentes cada una por sí misma. No hay necesidad de recordar las peripecias anteriores, no importan en términos de inteligibilidad (eso sí, dan ganas de revisar las otras cuatro porque son muy placenteras). En Misión Imposible 5, además, asistimos a la revelación de Rebecca Ferguson, una actriz sueca que deslumbra y seduce de manera notable, y que no solo recuerda a Ingrid Bergman por el país de origen, por cierto parecido en el rostro y por su evidente star quality. También nos recuerda a Bergman en Notorious (Tuyo es mi corazón) de Hitchcock y su necesidad de seducción al lado del mal. Cruise, en esta quinta entrega, privilegia al equipo. En la cuarta, su nombre era el único crédito actoral antes del título del film. En esta ocasión, antes de Mision: Imposible - Rogue Nation hay más nombres. En un team actoral que era difícil de mejorar -por nombrar uno, Jeremy Renner es un Cagney contemporáneo, aunque menos malicioso y más sobrio- se incorpora un gigante como Alec Baldwin. Por último, la escena final revela otra vez la inteligencia y la modestia de Cruise. El cine sigue.
Nanni Moretti es uno de los autores fundamentales del cine contemporáneo, uno de los más reconocibles, uno que ha brindado películas incandescentes con muchos elementos autobiográficos (como François Truffaut, Federico Fellini o Woody Allen, por ejemplo). En Mia madre el tema, el organizador, es obviamente la figura de la madre. Con mayor precisión, la enfermedad, internación y muerte de la madre de los protagonistas. La película se basa en la muerte de la madre de Moretti, Agata Apicella Moretti, que murió a los 88 años en 2010. Agata actuó en Aprile como madre de Nanni, y su apellido fue el que usó Moretti para su personaje más recurrente en su cine hasta Palombella rossa: Michele Apicella. En Mia madre, el personaje protagónico es director de cine, como Moretti y como su personaje homónimo en Aprile. Pero aquí estamos frente a una protagonista femenina, una directora de cine llamada Margherita interpretada por Margherita Buy (sus ojos son de los más cinematográficos del mundo) que rueda una película sobre conflictos de trabajo; una película política, social, como El caimán, como La cosa, como Aprile. Margherita tiene muchas de las características que conocimos de los distintos personajes que ha interpretado Moretti en sus propias películas.
Moretti actúa, pero es una actuación de menor protagonismo, en un rol que parece -en varios aspectos- la versión en negativo de sus personajes habituales: su Giovanni es calmo, centrado, tranquilo, capaz de escuchar y comprender sin enojarse. Mia madre ofrece otra experiencia autobiográfica, ahora mayormente descentrada, desplazada, y Moretti propone con sobriedad y sabiduría una forma oblicua de entrar en un tema doloroso, en un cataclismo personal y universal. En Mia madre la vida de Margherita se pone en perspectiva: el amor, la maternidad, la filiación, el trabajo, el pasado. Y es posible leer cada apunte en función del cine anterior de Moretti y así ver cómo Moretti revisa su cine, que por sus características constitutivas es también una revisión de su vida. Cada apunte, para los morettianos, es de una riqueza que se presenta como toda su filmografía: sin alardes, con permanencia estilística, con una distancia y estabilidad pudorosas (esas que no respeta el camarógrafo de la secuencia inicial de la película dentro de la película). De forma sigilosa, el autor italiano construye una de las películas más cabalmente emocionantes del año, una película depurada, tan exacta como cargada de sentimientos. Por último, la escena final revela otra vez la inteligencia y la modestia de Moretti. El cine sigue.