el codigo enigma

Por Javier Porta Fouz. Como pasó con El discurso del rey, otra vez una película sobre la historia de Inglaterra durante y alrededor de la Segunda Guerra Mundial toma por asalto el cine y se prende en las candidaturas a los Oscar sin apelar a lo que valoramos de este arte. O mejor dicho, a lo que tiene el cine de relevante o de distintivo.

 

Es cierto que desde el título original The Imitation Game, es decir “El juego de la imitación”, de alguna manera se nos advierte. Aunque hay que aclarar algo: hay imitación -imitación del cine, imitación de la historia, imitación de la ciencia- pero juego no. Eso sí que no hay nunca. El código enigma -referencia a Enigma, la máquina que usaban los nazis para encriptar sus mensajes- es, antes que una película, un manual de corrección política con imágenes. No con narración, con imágenes. Con imágenes para que no queden dudas.

Mientras Alan Turing y su equipo buscan descifrar el código de Enigma sí, sigue la guerra, y muere gente. El director noruego Morten Tyldum -vi otra película de él de similar irrelevancia cinematográfica, un thriller “elegante” llamado Headhunters- decide -o alguien decidió- que estaba bien agregar cada tanto tiempo imágenes de batalla, imágenes que quizás sean de archivo, quizás no. No importa averiguarlo, lo que importa es que no importan: son imágenes que no agregan nada fuera de la noción didáctica más elemental del cine. Ah, había guerra. Había tanques y aviones y tiros y muertos y cascos y trincheras y dolor, ¿lo sabían?

Los segmentos bélicos ofensivamente innecesarios no están solos, se acompañan con unos flashbacks que son de un nivel de ramplonería realmente llamativo. Diversas situaciones en la oficina secreta en la que están descifrando el código demuestran que Alan Turing claramente no es un ser de gran éxito social. Es más, es un nerd retraído y sin capacidad para la empatía. Alguien dice algo así como “no debías tener muchos amigos en la escuela vos, ¿no?” ¿Y qué hace la película? Corta a un flashback en el que Turing adolescente sufre maltratos y vejaciones de sus compañeros, menos de uno. Gracias a ese uno tendremos otros flashbacks tan aplastantemente lineales que un texto informativo habría sido mucho más eficaz en términos narrativos y también en términos de elegancia, de estética, de nobleza cinematográfica.

A medida que avanza la película va quedando cada vez más claro que no se trata de un relato cinematográfico sino de esa sucesión de imágenes ilustrativas que decíamos al principio pero -atención- con el objetivo de brindarnos un mensaje de suma importancia, que podemos conocer con sólo Alan Turing en Wikipedia y leer unas pocas líneas. La película busca que al final digamos qué barbaridad lo que le pasó a este pobre hombre, qué fea era la represión y persecución por cuestiones sexuales ¡y con todo lo que hizo por sus compatriotas! También podremos darnos cuenta, por el mismo precio, de que antes las mujeres eran aún más discriminadas que ahora para ciertos tipos de trabajo. En un nivel un poco más agradable, confirmaremos que Charles Dance y Mark Strong son actores confiables, sólidos, compactos. El sufrido Cumberbatch, que el año pasado había formado parte del cast de la ya olvidada 12 años de esclavitud, se esfuerza por dotar de algún tipo de personalidad a su personaje, sin advertir que estaba condenado de antemano por la propia concepción de los responsables de esta película que ganó el premio del público en Toronto.

Puesta al lado de El código enigma, la otra película de científico con problemas y con nominaciones al Oscar estrenada el jueves 5 de febrero en Argentina, La teoría del todo se presenta, en su linealidad carente de mayores atractivos, casi como un oasis. Pero si vamos a mencionar estrenos del mismo jueves deberíamos dedicar el final de este texto a recomendar la película de Andy y Lana Wachowski, El destino de Júpiter, una de aventuras que impone, a diferencia de las dos de los científicos, el poder del cine. Sobre ella escribí acá  y acá. Pero quiero terminar con un párrafo de Richard Corliss en Time, sobre otra película de los Wachowski: Meteoro, que fue la que devolvió a los directores al mundo del cine luego de las secuelas de Matrix. Estas palabras de Corliss se relacionan de forma muy clara con el espíritu del destino de Júpiter, con su apuesta por un cine que sea capaz de fascinar: “Los Wachowski y el diseñador de producción Owen Paterson (que ha estado con los hermanos desde Matrix, y antes de eso soñó los excesos cromáticos de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto) quieren menos evocar sentimientos que visualizarlos. Cuando un joven Meteoro encuentra por primera vez a una joven Trixie, corazones de caramelo y rosas florecen a su alrededor, iluminando su inocente ardor. La paleta de colores de la casa de Meteoro evoca la de Pee-wee's Playhouse en su alegría de dibujo animado, y el decorado es puro Populuxe de los 50. Incluso la elección del empapelado -flores de cerezo en la cocina, una maraña de rectángulos en el cuarto de Rex- te hará sonreír y refuerza la onda soleada, de mitad de siglo, la última década en la que familia no era una mala palabra, o una que dividía políticamente.”