El desencanto

Por Javier Porta Fouz. Las películas, el cine, lo sabían los primeros críticos, los pioneros -Horacio Quiroga entre ellos- “conservan la vida”. André Bazin también escribió al respecto. Se recomiendan ambas lecturas, pero ahora, sin más vueltas, vayamos a lo simple: Philip Seymour Hoffman murió de sobredosis y podemos verlo una y otra vez vivo en el cine, o en el televisor, o en cualquier pantalla. Claro, en realidad vemos vivos a sus personajes, que sobreviven al actor que los interpretó. No sólo eso, esos personajes fijaron alguna edad para siempre, algún aspecto irrecuperable del actor.

Ya nos hemos acostumbrado como espectadores de cine -en nuestra vida y con el peso de generaciones anteriores- a enfrentarnos a un arte del tiempo y que congela el tiempo (el teatro, por su parte, es en vivo y con vivos). Pero por más experiencia que tengamos con el cine no deja de conmovernos esa característica, incluso no deja de de conmocionarnos.

Hace unos días murió “el último de los Panero”. Es decir, el último que quedaba vivo de la familia de la película El desencanto de Jaime Chavarri, una de las películas que más veces vi en mi vida (al punto de saber casi todos los diálogos de memoria) y de la que les hablé acá

El desencanto comenzaba con el padre (Leopoldo) muerto, y tuvo una secuela llamada Después de tantos años. Para esa película ya había muerto la madre, Felicidad Blanc. Años después de la secuela murió el hermano menor, Moisés (Michi), al que Nacho Vegas homenajeó en la canción “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. El año pasado murió Juan Luis Panero, el hermano mayor. Resistía Leopoldo María, el poeta maldito, el loco, el incendiario, el hermano del medio. Y murió esta semana. No es lo mismo volver a ver una ficción con personajes interpretados por actores que murieron que ver documentales con protagonistas que murieron. Sí, claro que en el documental también hay “interpretación”, puesta en escena, etc. Pero cuando uno escucha a Michi decir al final de El desencanto que “está claro que esto es un fin de raza” y hablar de que no iban a tener descendencia y ver que eso finalmente se cumplió, que esa familia de tres varones no continuó el apellido Panero, sabe que es difìcil encontrar un ejemplo equivalente en una ficción. Ver cómo eso estaba claro aún en ese momento con los tres hermanos jóvenes -aunque tremendamente avejentados- provoca un temblor especial.

Por otra parte, que el último en morir haya sido el último en entrar a El desencanto no deja de ser significativo. Cuando Leopoldo María entraba en la película la convertía en su película, dejaba de ser la película del padre, y dejaba de ser la película que intentaba manejar Juan Luis. Juan Luis y Leopoldo, ambos poetas, mantenían claramente un enfrentamiento. Michi decía que Leopoldo había triunfado -en la medida en que se podía triunfar en España- y Juan Luis “inevitablemente” no. La muerte de Leopoldo María apenas medio año después de la de Juan Luis reproduce, de manera imperturbable, seca, inevitable, esos triunfos y esas derrotas de El desencanto. O, mejor dicho, ese orden, esa jerarquía del derrumbe.