MILLER´S

Por Javier Porta Fouz. 1. En tren de innovar, a alguien se le ocurrió ponerle como título local ¿Quién *&$%! son los Miller? a esta película. Una pregunta no legible, qué quizás intente que digamos “¿quién carajo son los Miller?” ¿Cómo la pedirá la gente en la boletería? “¿la de los Miller?” O quizás no remplazará los signos con ninguna palabra y dirá, rompiendo la concordancia “¿quién son los Miller”? Hoy ya había errores en las carteleras digitales de los cines. Y sospecho que en las entradas impresas dice más cualquier cosa que de costumbre. Por otro lado, el título original es una afirmación, We’re the Millers (“somos los Miller”, recordemos que en castellano no se pluralizan los apellidos, The Simpsons siempre fueron Los Simpson). Y es clave que no sea una pregunta: los personajes lo afirman, ese es el corazón del asunto, dicen ser los Miller. La pregunta sobre quién *&$%! es esta gente, o quién carajo, o quién mierda, o quién diantres, no tiene sentido. ¿Quién *&$%! pone estos títulos?

 

2. Título al margen, We’re the Millers es una gran sorpresa. Bueno, no lo es tanto cuando uno se entera de que el director, Rawson Marshall Thurber, es el de Dodgeball: a True Underdog Story (acá directo a DVD como Pelotas en juego). Sabíamos entonces que Rawson Marshall Thurber sabía hacer comedia, poner en escena chistes, manejar el timing, con capacidad para descartar lo que no sirve: toda buena comedia (toda buena película) implica un buen decantado.

3. We’re the Millers pone en escena a una familia que es una puesta en escena (doble, claro). De esa forma, se permite correr los límites del mainstream en cuanto a la representación familiar. Sí, claro, no es una familia pero… Con esos juegos de rol, más el lanzarse a la ruta sin conocerse, la película aprovecha los choques de las personalidades más las posibilidades que siempre abre la road movie (no por nada el cine de los setenta en Hollywood tuvo tantas roads movies). Y ese bebé. Y esos chistes que van reventando la corrección política. We’re the Millers no es una comedia amable. No quise leer críticas sobre la película, temo encontrarme con quejas sobre cómo, al final, la película se domestica. Pero para discutir eso, les debería contar el final.

4. La mayor domesticación, en todo caso, está en las maneras adocenadas, soporíferas y a fin de cuentas estúpidas de la música incidental. Mientras las canciones se usan cada vez mejor en el cine, se las da vuelta, se las trabaja, se las ubica con diferentes sentidos y filtros y marcos (en esta película también), y hasta se puede comentar su uso con grandes secuencias (la canción de triunfo), la música compuesta para la película es la demasiado habitual pavada pavloviana, como si se pensara que el espectador no puede sin ella. De todos modos, el cine argentino “mainstream” (hay comillas, sí, por supuesto) en promedio está peor. Pocos aquí logran usar bien las canciones, y es muy reciente el ejemplo de cómo música y canciones debilitan la por otro lado bastante acertada y ajustada Corazón de León.

5. Las mejores comedias tienen los mejores actores. Jason Sudeikis (Pase libre), Jennifer Aniston (los que creen que las lindas son malas actrices pueden irse a escuchar alguna música a favor de Fidel Castro). Y los chicos: Will Poulter (el de la imprescindible Son of Rambow) con una cara rarísima, como una encarnación freak ( mas frask) del chico de la revista Mad que, bien ubicada en una comedia, rinde mucho. Es este caso: comedia con cejas. Y Emma Roberts, que ya en la reciente Adult World interactuó con chispas con John Cusack, nada menos.

6. A We’re the Millers le falta mayor cohesión y más lógica para ser más grande. Pero en su modo de colección un poco anárquica de grandes chistes con grandes actores y gran timing durante un viaje es altamente estimulante. Y cuando no lo es y baja un poco el ritmo, al menos es placentera como reventar papel burbuja, o como *&$%! se llame esta cosa.