lazos perversos

Por Javier Porta Fouz. Recién el lunes vi Lazos perversos (Stoker) de Park Chan-wook (el mismo de Old Boy y Sympathy for Mr. Vengeance, entre otras). Este parece ser el año del desembarco de directores coreanos (surcoreanos, los otros no salen del reino comunista del líder supremo) en el cine hablado en inglés. Kim Jee-woon (I Saw the Devil, The Good, the Bad, the Weird, The Foul King) estrenó este año la excelente El último desafío (The Last Stand), que trajo de vuelta a Arnold Schwarzenegger como actor protagónico desde Terminator 3 (2003). Bong Joon-ho (el de la excelente y ultrataquillera en Corea The Host) estrenará Snowpiercer con un elenco multinacional (Chris Evans, Tilda Swinton, Ed Harris, entre muchos otros). Pero volvamos a Stoker: una muy buena película que cuenta una historia de lo más pavota.

Pero claro, lo que nos llega siempre es la forma, como decía VF Perkins, “el qué es el cómo”, y Stoker es un despliegue de estilo que no se ve tan seguido. Park hace una remake de Hitchcock, del cine de Hitchcock, en general y en particular. En particular, de forma muy evidente, de La sombra de una duda: el tío Charlie. Pero también hay una ducha presentada como la de Psicosis, el descenso a un sótano como en Notorious (Tuyo es mi corazón), ahorcamientos asociados a teléfonos como en La llamada fatal. Pero hay más, y más grande y más general: Hitchcock está presente en Stoker en actitud, en la manera de plantar un relato para seducir constantemente: estamos felices de estar viendo Stoker, un relato altamente perverso, de estar viéndolo en el cine, de estar escuchándolo en el cine. De dudar durante un rato sobre en qué época transcurre la acción: esa hija, esa madre, esas ropas, esa casa. Después nos ubicaremos perfectamente, pero festejamos (o festejo) la inestabilidad que otorga el artificio deliberado, sin miedo, sin preocuparse por el verosímil: otra vez el maestro inglés, Stoker parece haber sido hecha siguiendo las reglas de El cine según Hictchcok, el extraordinario libro entrevista de François Truffaut.

La forma dominante de Stoker es el círculo: la torta en plano cenital, las rocas-esferas, y mucho más, sobre todo el inicio y el final del relato. La forma perfecta, toda una declaración de principios para una película obsesiva y obsesionante, que busca la seducción mediante un montaje al que llamar planificado es ser tibio e inexacto: el montaje de esta película parece ser el fruto de una sabiduría decantada por décadas, como si Park quisiera presentarse como cineasta global con un dominio magistral de todo lo que le compete como director al tomar un guión ridículamente básico, que incluye traumas y un flashback que explica todo, y encima cerca del final. Pero no importa, Stoker ya sedujo desde el minuto uno nuestra memoria, nuestros fantasmas alimentados por miles de películas, por la sala oscura. Tal vez por eso, como homenaje a nuestras sombras cinéfilas, y para conectarnos con el pasado de las proyecciones y proyectar luz hacia el provenir de este arte, la protagonista, cuando va al sótano, mueve las luces hacia adelante y hacia atrás. Los cineastas coreanos son una forma brillante del presente y del futuro cercano del cine.