PREOCUPACIONES
Pequeños grandes males de estos tiempos

preocupacionesPor: Javier Porta Fouz.  Estoy preocupado. No, no porque Juan Terranova se ponga a escribir sobre películas acá y diga que me dedico “a reseñar casi exclusivamente películas de mierda”. Que cada uno escriba con libertad y, por otra parte, ya Truffaut había dicho que todo el mundo parecía tener dos trabajos: el propio y el de crítico de cine. Me preocupan otras cosas, que seguramente serán tildadas de irrelevantes por los que consideran que en los detalles no se juega nuestro destino.

No, no voy a escribir de cine. Tampoco (otra vez) del cada vez más extendido y contagioso uso de palabras cortadas (“finde”, “celu”, “dir”, “estoy preocu”, “opi”, etc.), o de ese otro virus lingüístico que me pone particularmente nervioso: la anulación de la conjunción “que”. Cito al DRAE sobre “que” en la acepción que me interesa: “7. conj. Introduce una oración subordinada sustantiva con función de sujeto o complemento directo. Quiero que estudies. Recuerda que eres mortal. Es imposible que lo olvide.” Ahora leo por todos lados “Espero estés bien”; “quiero me des un nuevo plazo” o “espero me llames” ¿Qué cuernos está pasando que sucede esto? ¿Alguien se cree realmente que es más “elegante” anular la conjunción?

Como decía, en realidad no quería quejarme de estos atentados idiomáticos sino más bien de otra decadencia cultural y educativa, u otro reflejo de esas decadencias, que vengo detectando desde hace mucho tiempo: cada vez hay más gente que no sabe/no puede y, sobre todo, no quiere realizar mentalmente las más sencillas operaciones matemáticas. No, no estoy hablando de quienes no han podido estudiar, o de casos de gente que no tiene ningún tipo de facilidad matemática (cada uno tiene sus taras particulares y yo tengo las mías, muchas y variopintas) sino de un generalizado desprecio ─entre gente con educación formal avanzada─ por intentar hacer la más mínima cuenta. Dando clases (y no de matemática), no he obtenido respuestas a preguntas sencillas como: ¿qué porcentaje es 12.000.000 de 60.000.000? Es muy sencillo: 12 es la quinta parte de 60, por lo tanto es el 20 por ciento. Bueno, ningún alumno de entre 18 y 30 años con el secundario terminado logró responder sin tardar una eternidad. Sí, claro, repito, puede haber alguna gente del todo negada para la matemática, así como cada uno tiene sus negaciones en diversos aspectos de su relación con el universo. Pero el problema que veo es la generalización del desprecio por la más mínima operación aritmética, matemática, o lógica. Hasta creo que les parece “poco cool” saber hacer cuentas sin apelar a la calculadora (la tradicional, la del celular, la de la computadora). Tampoco obtuve respuesta ante algún planteo de división sencilla como 52 dividido 4. Y la mayor parte de las veces que he preguntado cuántas semanas tiene un año he obtenido silencios de desorientación. En general, entre gente que estudia periodismo, cine, artes, comunicación y ciencias sociales no se sabe resolver mentalmente 365 dividido 7 y, peor aún, no se sabe incluso cómo hay que resolver la pregunta sobre cuántas semanas tiene un año. Y a casi ninguno de los consultados parece importarle demasiado. En pequeños actos banales cotidianos la cosa transita por caminos similares. Doy ejemplos reales de cuentas que he visto hacer con calculadora en kioscos y otros comercios (en los que se supone que están haciendo este tipo de cuentas con frecuencia): 2,50 + 1,75; 1,30 x 2; 1,40 + 1,80; 15 + 18... y puedo seguir. Ni que hablar de cuando hay que sumar tres o más artículos. Calculadora y a otra cosa. O a la misma cosa: calculadora y a anular cualquier gimnasia mental. Yo, mientras tanto, me dedico a sacar la cuenta mentalmente, un poco como control y otro poco para mantener la mente ágil. Y a veces, en caso de cuentas demasiado fáciles como las antedichas, le digo a la persona el resultado antes de que termine de sacar la cuenta con la calculadora (no me enorgullezco, son cuentas sencillísimas y realmente se tarda más en tocar 8 o 9 botones del aparatejo que en poner a funcionar la cabeza), y en no pocas ocasiones me han mirado mal, con cara de “ah, qué vivo” o con cara de “no me gusta que dejes en evidencia mi haraganería matemática”.

Sí, sí, claro, soy un antipático, un quejoso, un intolerante que se dedica a señalar defectos ajenos, etc. Incluso sé que en ambientes como el del cine, otras artes y las ciencias sociales casi casi que está bien visto ser nulo en matemáticas (y, otra vez, no estoy hablando de gente sin estudios, o con condiciones de vida de pobreza, o de alguna de esas personas que no han nacido para hacer la más mínima cuenta). En fin, no le doy más vueltas: creo que es un disparate este achanchamiento mental generalizado, este “desprecio ilustrado” por operaciones simples pero que nos mantienen alertas. Me parece que es otro rasgo del cualunquismo de nuestra vida diaria, y que las operaciones aritméticas son necesidades básicas intelectuales. Y que deberíamos preocuparnos si no están satisfechas.

(Le dedico esta nota a Raúl Romero, un gran profesor de matemática.)

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