UNA SEMANA EN EL CINE |
Avatar, otra vez |
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Al ver por primera vez Avatar, escribí estos apuntes para Hipercrítico. También escribí, para El Amante, algo así como un prólogo a una crítica futura de Avatar. Vi la película de James Cameron por primera vez en Imax, que es una proyección en fílmico en 70mm. La segunda vez la vi en 3D digital. Las experiencias son distintas, y tal vez en algún momento ─después de verla en fílmico 2D─ escriba sobre la comparación entre las tres maneras de ver Avatar, pero ahora quería agregar otros breves apuntes sobre la película.
1. Definitivamente, el 3D de Avatar no basa su impresionante eficacia en el acercamiento de objetos hacia el espectador sino en un juego de capas de construcción espacial hacia el fondo de la imagen. La eficacia del 3D de Avatar es una eficacia de la profundidad de campo; una eficacia, por nítida y por su perfección, heredera de André Bazin.
2. Avatar es una película ─como Nueve reinas de Bielinsky─ sobre la mirada, sobre saber mirar, sobre la atención hacia lo que nos rodea. De ahí que los Na’vi reconozcan y respeten al prójimo con la frase “te veo” (“I see you”), y de ahí que a Jake Sully le digan desde el principio que la ciencia se nutre de la observación. De ahí el plano final de la película.
3. Y en cuanto a ese plano final (los que no la vieron y no quieren saber el final no sigan leyendo), se trata de un nacimiento, o un renacimiento. Avatar está llena de duplicaciones, de simetrías. Jake Sully ocupa el lugar de su hermano gemelo, y ya el principio de la película nos muestra ese volver a nacer para el personaje, que tiene una nueva misión en su vida: la misión para la que se había preparado su hermano. Para completarla, deberá abandonar su identidad de marine y adoptar la mirada ávida de descubrir, de ver, del científico. Luego, Jake optará por renacer otra vez como Na’vi. Y en ese abrir los ojos, esos otros ojos, está, metafóricamente, el nacimiento de un nuevo espectador, el que postula Avatar para sí misma.
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