CRÍTICA E HIPERCRÍTICA AL CUADRADO |
¿Qué es la crítica? (primera entrega) |
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Al hablar de filosofía, Chesterton decía: “La costumbre moderna de decir ‘Esta es mi opinión, pero tal vez yo esté equivocado’, no es razonable. Al decir que quizá yo esté equivocado, digo implícitamente que ésa no es mi opinión. El hábito de decir ‘Cada uno tiene su filosofía diferente; ésta es mi filosofía y me conviene’, manifiesta debilidad de espíritu.” En ese sentido, le quiero decir a otro comentarista de mi última columna que yo no estoy equivocado en lo que pienso sobre Nine y Chicago. Pablo Daniel dice: “Che, no se olviden que Porta Fouz recomendó fervientemente 2012, así que no hay que tomarse muy en serio sus críticas... Tan solo son comentarios de las sensaciones que le produjeron los films que miró... Por mi parte, considero a Chicago un film superior inclusive que Cabaret (¿Alguien la volvió a ver?), así que espero disfrutar de Nine en pantalla grande... Ah, no le hagan caso a Porta Fouz y ni se les ocurra ver 2012, es pura basura.” En primer lugar, gracias por escribir; en segundo, me tomé el atrevimiento de corregir error de tipeo; en segundo, el argumento de “no tomen en serio a Porta Fouz porque recomendó 2012” es igual de vacuo que el siguiente: “no tomen en serio a Pablo Daniel porque dice que Chicago es un film superior incluso a Cabaret” (¿esto quiere decir que Cabaret es una gran película y que Chicago es aún mejor?). Lo que hace Pablo Daniel es meramente una descalificación del gusto, porque no dice porqué 2012 es mala, o porqué lo que yo digo sobre 2012 es malo. No me interesa descalificar el gusto de Pablo Daniel (por más que esté tentado de decir que quien gusta del cine de Rob Marshall debería replantearse si realmente le gusta el cine), pero me interesa decir algo más sobre Nine, con un fragmento de una larga nota que acabo de escribir para El Amante sobre Invictus: “En su primer día de trabajo como presidente, Mandela se levanta tempranísimo (una costumbre bien arraigada en su difícilmente perturbable disciplina) y se está por afeitar: lo que vemos en el rostro de Morgan Freeman es el peso de la responsabilidad que le espera, y también vemos que la mitad de ese rostro es blanco porque está lleno de crema de afeitar. La dualidad blanco-negro y su convivencia en un sólo rostro –el del negro símbolo de los negros– están ahí, pero Eastwood no lo subraya, como sí hacen los directores limitados, los que cuentan sólo una cosa a la vez y con énfasis ensordecedor. Dos ejemplos recientes de esta clase de cineasta vendehumo y con severas limitaciones: Rob Marshall, cuya Nine es una de las más crueles vejaciones al cine, a Fellini, a las mujeres y al musical; o Marc Webb, cuya 500 días con ella dice y vuelve a decir siempre lo mismo y nada más, aunque lo desordena temporalmente para que –con un sistema que también usa Guillermo Arriaga– perdamos tiempo reordenando y tardemos dos o tres minutos más en darnos cuenta de que todo es de una banalidad aplastante. En esas dos películas, las imágenes siempre dicen una sola cosa, y son películas que siempre parecen estar reconcentradas sobre el centro de la pantalla, cerradas, sin darle importancia a los costados, al fuera de campo, a lo no mostrado, a las relaciones con el resto del relato; son películas nunca abiertas, cerradas por la incapacidad de visión de sus responsables.” De paso, recomiendo la crítica sobre Nine de Fernando López en La Nación. Me tomo el atrevimiento de incluir a López en esta afirmación final: a López y a mí nos gusta Fellini, conocemos su cine y, entonces, sabemos cuán mala es Nine.
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