¿NO LO TIENE TODO?
Qué le falta a Manu Ginóbili para ser un ídolo

ManuPor: Cicco. Nadie nunca jamás de los jamases escribió una nota interesante sobre Manu Ginóbili. Y es sumamente extraño: Manu es la nueva estrella deportiva, nuestra bandera más preciada en los Juegos Olímpicos, lo han entrevistado mucho y desde todos los ángulos posibles. En uno de los tantos artículos chotos sobre él, lo comparaban con Maradona. Por si fuera poco, él es muy atento con la prensa y se esfuerza por ponerle onda al asunto. Atiende hasta al último diario zonal como si fuera una entrevista para la ESPN. Sin embargo, después de tantos intentos en vano por retratar a Manu, queda una nueva sensación en el aire: en la Argentina, para que alguien saque chapa de ídolo nacional, debe transitar ciertas cosas que no son precisamente del ámbito deportivo.

En los últimos años, Ginóbili demostró que es figura total en los Spurs, que está entre los mejores de la NBA, que es una carta vital en la selección argentina. En ese terreno, no tiene más nada por probar. La gente sabe que es talentoso, que en la cancha tiene la entrega de un titán, y que además, es una monada de persona. Manu ayuda a los chicos carenciados. Tiene fundación propia, cara de buenazo y le regaló una pelota de básquet hasta a mi sobrinito Joaquín que de básquet no entiende un pomo. Y aquí es precisamente donde Manu tropieza en su intento por convertirse en un nuevo ídolo nacional.

Para empezar, ¿cuál es la medida de un ídolo, de un ícono, de un símbolo para nuestra amada patria?

Un ídolo debe sobresalir hacia arriba y hacia abajo, como Maradona o como Calamaro. No sólo debe destacarse y picar alto en lo suyo, sino que, en otras instancias de la vida, debe empaparse de mierda, hundirse en el hondo bajo fondo donde el barro se subleva y sobrevivir o no, esto es lo de menos. Este accionar en sentidos contrarios obedece a un doble mensaje que se transmite en el inconciente colectivo de la gente: por un lado, ese hombre llega hasta donde usted no puede llegar. Es un referente. Es un horizonte para usted. Y por otro lado, es un ídolo altamente consolador porque usted podrá caer muy bajo, pero nunca podrá caer tan bajo como ellos.

Manu es un hombre de su casa. Una vez le preguntaron si lo seguían las minas,  y él dijo que, por más que lo siguieran, tiene a la mujer que quiere en su hogar, esperándolo. Manu es feliz y tiene una dicha tan dichosa que resulta muy difícil identificarse con él.

Usted lo ve a Manu hablando con esa cara y por más que sea un perverso patológico, jamás se lo imaginará pagando a  un trava por una fellatio en un cabarulo de Constitución. Sin embargo, este tipo de gestos pueblan la vida de nuestros ídolos más idolatrados. De nuestros jugadores más jugados. El gran Ringo Bonavena, por ejemplo, murió a los 33 años a manos de un patovica en la puerta de un puticlub porque le había robado la mina. Eso es digno de un ídolo.

Sondeé el tema con un grupo de amigos matemáticos y, después de mucho estudiarlo, llegaron a la conclusión de que, para convertirse en ídolo a Manu le hacen falta ciertas cosas que tuvieron el honor de cuantificar para este artículo. A Manu le hacen falta dos antidopings positivos. Cuatro divorcios. Dos esguinces de tobillo. Tres entradas a clínicas de rehabilitación. Cinco agresiones a paparazzis. Dos entradas en la comisaría por portación de armas de guerra.

“Manu es tan talentoso en lo suyo, es tan bueno, es tan querido por los niños, es tan humilde y tan transparente, que cada vez más gente se pregunta si realmente existe o es un holograma”, revela un reconocido sociólogo al que acabo de inventar.

No hay nada como las encuestas para determinar las implicancias de un fenómeno. Tres de cada cinco argentinos creen que Ginóbili necesita cometer alguna travesura y/o algún ilícito para terminar de convertirse en el ídolo que tanto queremos, según un reciente sondeo que realicé en casa con cinco amigos borrachos.

Los datos son contundentes. La salvación de Manu no está en la cancha, cerca del aro. Está en la zona roja, en las profundidades de los Bosques de Palermo, cerca del pito y la flauta.

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