ESPIRITUALIDAD PLOP |
¿Ari Paluch tiene un pedo místico? |
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Pero hay otra cosa que no entiendo, como habrá visto en el título, y que quería tratar hoy con usted si me lo permite. Y si no me lo permite, mejor váyase al blog de Tamara Di Tella, donde le enseñan nuevos aparatos que le permiten hacer abdominales mientras come entraña con papas al horno.
Hoy nuestro tema es la espiritualidad. Así como me ve, pelado, feo y mal hablado, quiero decirle que me considero un hombre altamente espiritual. No tan alto, es cierto, pero sí espiritual. Por eso le digo conociendo el paño, que el problema con la espiritualidad no es que, en la mayoría de los casos –es decir, quite a las religiones tradicionales, a la new age, y a los que conversan con ángeles-, no es que la espiritualidad esté errada o que sea falsa, o mentirosa. No es que delire, ni su diagnóstico no sea certero. No es que señale un camino incorrecto por donde debemos transitar para no perdernos en la bosta nuestra de cada día. No es que todos los maestros espirituales sean explotadores de niños. El problema es que en la Argentina, la espiritualidad tiene muy malos representantes. Lo más parecido que tenemos a un gurú es a Jorge Bucay, un gurú que como considera que la humanidad tiene una esencia única, nadie va a protestar si uno le copia un capítulo de un libro, total somos todos un mismo ser, aunque las liquidaciones por derechos de autor se hagan por separado.
Considerando este panorama desfavorable, es siempre bienvenido un nuevo hombre al club de la espiritualidad. El problema es quién es ese nuevo hombre.
A lo largo de su vida, Ari Paluch construyó su carrera, cosechó premios y elogios en base a una premisa: hablar rápido. Gracias a Ari, el vacío existencial del mundo, y en especial el vacío radial, se llenó con palabras apretadas unas sobre otras, como una pila de ropa sucia que uno lleva al Lave Rap. Pero meses atrás, Paluch pasó de ser el Pinti radial a convertirse en una suerte de Jiddu Krishnamurti de los libros, en especial por ciertos contactos con el indio, sobre todo, en la zona de la nariz.
Ari escribió un libro, el primero de su historia, llamado “El combustible espiritual” y en 60 días la gente compró 32 mil ejemplares, alentada por el desabastecimiento en las estaciones de servicio. Y le digo algo: yo no estuve entre ellos. La mejor forma de ejercer la crítica de libros es escapar lo más elegantemente posible al acto de leerlos. Y es eso precisamente lo que verá aquí.
La meditación es, en verdad, una cosa maravillosa. Si convirtió a Paluch, que medita 20 minutos al día por la mañana, cagado de sueño y antes de salir a su programa, en gurú de la autosuperación, es realmente un milagro superior al Viagra.
Paluch practica la meditación trascendental, creada por Maharishi Mahesh, quien niega, entre otras cosas, la existencia del pecado, lo cual lo convierte en un guía espiritual muy atractivo. Siguiendo las enseñanzas de Maharishi, Ari se concentra en un mantra, diseñado especialmente para él, y lo repite tantas veces que termina pensando que es Michael Landon, en la Familia Ingalls.
Pero, ¿qué es lo que propone Ari tan interesante en su libro que la gente devora como salchicha de copetín? Básicamente, alienta a vivir el aquí y ahora –conociendo a la mujer de Paluch, hay que reconocer que su aquí y ahora es notoriamente superior a nuestro aquí y ahora-. Ari postula bajar la ambición, el estrés y la lucha por ver quién es el mejor, y sustituirla por un disfrute cada momento -si usted cree que leyó esto en alguna otra parte, seguramente tiene razón-. La vida, para Ari, es un helado que hay que chuparlo segundo a segundo. Si uno lo deja y se pone a chupar, digamos, un chupetín chicle, el helado se derrite. El problema es qué hace uno cuando llega al cucurucho.
Hay gente que puede cambiar. Gente que dice que va a cambiar y no cambia. Y, lo que es peor, gente que dice que va a cambiar el país. Pero Ari es prueba de que el cambio, a veces es posible, aunque sea por unos meses. Antes, Paluch se enojaba que en las notas le preguntaran por Pergolini, su enemigo íntimo, se enojaba que le dijeran picaflor, se enojaba que el rating le diera para el carajo, se enojaba que le dijeran que era un jefe cabrón. En fin, se enojaba. Ahora, las cosas han cambiado. Ari bajó 14 kilos –de masitas, en una tarde-, juega al tenis, sale a correr, no se estresa, saltea los dulces y el alcohol entre semana, y en la pileta ya sabe tirarse de palito sin que le digan bombón helado.
Hoy, confiesa que ya no le importa tener la razón. Lo importante es cambiar la actitud. Dice Ari: “Cuando vos emitís una sonrisa, la gente te responde diferente. La gente cree que ladrando se consiguen más cosas y es todo lo contrario”.
En lo personal, no probé con la sonrisa –tengo los dientes torcidos, no es una de mis mejores cartas de presentación-, pero durante una época probé ladrando y coincido con Ari: nadie me entendió. Sin embargo trabé amistad con dos caniches toy de la cuadra y hasta el día de hoy nos seguimos reuniendo a charlar, y a chupar unos huesos. Son muy espirituales.
Dice Ari: “Me medía día a día por el ego. Hasta que me dí cuenta que cuanto menos pendiente estás de los resultados, más fluís, mejor te va”. Me llena de curiosidad qué es lo que se medía Ari por el ego. Si es lo que pienso, que nada tiene que ver con la espiritualidad, lamentablemente no es algo que crezca en tamaño, excepto en algunas situaciones, por otra parte, muy agradables.
Dice Ari, por último: “Si no existiese el mal y no hubiese gente malvada, no valoraríamos el bien y la bondad”. Siguiendo esta enseñanza, para que usted valore la bondad y el bien en las palabras de Ari, para que entienda en su justa medida al nuevo gurú de la Argentina, le bese los pies y pondere lo delgado y elevado que está, deje que yo me ocupe de la primera parte de la frase. Por regla general, el mal es siempre más divertido. El problema es que no permite escribir buenos best-sellers de autoayuda.
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