¿NO SE HABÍA MUERTO YA? |
Obituario brutal |
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Más que una noticia, su muerte fue una continuidad. Porque, vamos a decirlo con franqueza, para morir uno primero necesita estar vivo. Y, en lo que a medios respecta, hacía un tiempo que Bernie estaba varios metros bajo tierra. A cierta gente pública, Dios la castiga dándole salud suficiente para verlos morir en vida. Es una buena lección. Si no, pregúntele a Menem.
Ahora bien, muchos colegas se espantaron al enterarse de que Bernardo murió precisamente en el día del periodista. Tiene 365 fechas para elegir, ¿y justo en este día tan particular del almanaque su corazón de 83 pirulos lo dejó derrumbado en su caserón de Martínez, entre un caballo de calesita, dos leones de piedra y un cartelito en la entrada con su frase preferida: “La buena vida es cara, hay otra más barata, pero eso no es vida”? ¿Por qué no elegía morirse en el día de la Policía Federal o el día Nacional del Barrio Cerrado? Desde ahora, con su muerte, los festejos en el mundo periodístico serán tormentosamente ambiguos. Piénselo, ¿está celebrando el 7 de junio de 1810, la salida de la Gaceta de Buenos Aires, el primer periódico de la Argentina dirigido por el gran Mariano Moreno, o le está rindiendo homenaje a la carrera de Bernie, el periodista que más apoyó a la cultura country, los alambres electrificados y la cama solar? En verdad, lejos de espantar colegas puritanos, su muerte debe ser entendida como un evento convenientemente oportuno. Sucedió cuando tenía que suceder. Y hasta tiene cierta lógica. Lo curioso hubiera sido que Bernie hubiese nacido en el día del periodista. Pero no que lo eligiera para morir.
A pesar de que trabajó toda su vida de esto, Neustadt no fue periodista. Es decir, no era un hombre que buscaba la verdad. Bernie se esforzaba porque la verdad se ajustara a él. Y esto no es periodismo. Es egocentrismo. Está bien que haya muerto en el día del periodista. Es una metáfora profunda.
Cuando decidí dedicarme a los medios, y me propuse estudiar en la universidad, siempre tuve en claro una cosa: jamás ser como Neustadt. Me alentó más en mi carrera no ser como él, que ser como cualquier otro. La imagen empalagosa, ojerosa, persuasiva, aliada al poder o enemistada con el poder de Bernie, es una clara definición del periodismo entendido para el churrete. El analista que se toma más atribuciones de las que debe. Que asesora presidentes. Que se pelea con presidentes. El periodismo que divide aliados de enemigos.
Si bien decía que no dejaba herederos, Bernardo hizo escuela. Basta con pasearse por los noticieros para ver a sus alumnos más aplicados, forrados y entongados. Un karma que no podremos quitarnos de encima ni con siglos de pasarle con Lisoform.
Hay que reconocerle: Bernie era uno de los mejores comunicadores que existieron. Eficaz, incisivo, suelto, popular. Se empeñaba en hablarle a doña Rosa. Pero, digo yo, ¿el periodista debe hablarle a doña Rosa y emparejar su público para abajo, o debe alentar a doña Rosa para que haga el esfuerzo y lo siga? La única doña Rosa que conozco es a mi tía, que se llama Rosa. Mi tía es inteligente, pero un poco dura de oído. Así que, para llegarle a la doña Rosa de mi familia, Bernie, no había que hablarle como a un Teletubbie que tiene un maní de cerebro, simplemente había que hablarle más fuerte.
Hubiera sido un gran político, Neustadt. Nadie lo puede negar. Le gustaba el quilombo. Y tenía tremenda cintura para cambiar de piel. Decía que los Kirchner no pertenecían a esta Argentina y que se iban a fugar del país. Hasta el final organizó marchas, quería formar nuevos políticos, tenía una FM propia con mensajes de paz y ecología, publicaba barbaridades en su blog, y desayunaba en el Costa Galana donde recibía la aprobación de la gente linda como él.
Neustadt cumplía como pocos el signo de oro de los intelectuales argentinos: personas inteligentes que se van para los caños, personas capaces que, en lugar de aportar soluciones, lo complican todo. Escriben que Videla era transparente. Que el modelo de Menem no multiplicaba la pobreza. En fin. Hacen pensar que, sin intelectuales, la Argentina sería un país mucho más práctico y sencillo.
Tres años atrás, tuve la suerte de entrevistarlo en su casa con parque sobre una gran pendiente con vista al río. Lo ví bronceado –tomaba sol hasta en invierno- y lo ví solo. Toda esa casa. Él lánguido y exprimido como el carozo de una fruta seca. Decía que a la gente ya no le interesaba más el país. Que la tele era asqueante –estaba indignado, me acuerdo, con Florencia de la V en “Los Roldán”- y que este mundo así como lo vemos, pronto va a caer. Parecían los soliloquios de un rey sin corona, un monarca en la torre de un castillo deshabitado. Un rey al que la empleada le acomodaba la camisa. Y que llevaba a su perra Mía a la cama a ver los partidos de la liga europea. Mía era pequeña como Jazmín, la difunta perra de Susana, y ya tenía 15 años. No daba para más. Me pregunto quién sobrevivió a quién. Mía no paraba de dar besos aún a mí que era un desconocido, pero ya estaba viejita y sus besos, allí donde se posaban, dejaban un extraño aroma a culo. Por publicar estas cosas de su perrita, su mal aliento y su soledad, Bernardo me escribió un mail que aún atesoro en mi corazón (Acá te lo reproduzco íntegro). Desde entonces, me vedó la entrada a su casa y dijo que la revista donde yo trabajaba, podía seguir entrevistándolo siempre y cuando no fuera yo el encargado de hacer el trabajo. Desde lo alto de su torre, el rey me declaró su enemigo. Y yo me sentí bien así. Por eso digo: se murió, que se joda. Un plomo menos. Su vacío podrá llenarse debidamente por alguien que informe y no quiera imponer o voltear presidentes como si fueran directores técnicos de un club de cuarta.
Para chequear que Bernie estuviera debidamente tocando el arpa en el cielo o cortando clavos en el infierno, corrí a ver su web –www.bernardoneustadt.org-, temiendo que hubiera una actualización más allá del día 7, fecha de su deceso. Y, Dios mío, encontré una. Pero firmada por su última esposa, la tercera, Adriana D. P. de Neustadt. Allí Adriana alienta a los lectores de toda la vida de Bernie a seguir su ejemplo, y pide expresamente a Macri y a Gustavo Posse, cumplir el mayor deseo de su marido, tener una flamante calle Bernardo Neustadt. “En el sitio que sea”, explica Adriana D. P., humilde.
Al final de su despedida, reclama también un lugar donde levantar un museo que lleve su nombre. “Toda propuesta será bienvenida y analizada”, escribe la viuda de Bernie. Y esto, debo decir, es una gran idea. No se me hubiera ocurrido una mejor. Un museo, pero claro. Cómo nadie lo pensó antes. Siempre es bueno tener un nuevo lugar donde exhibir dinosaurios.
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