Por Cicco. Oh, qué magnífica la Feria del Libro, con celebridades internacionales y público no lector por doquier. La pucha: pero sobre eso escribí la semana pasada. Pensaba entonces reflexionar sobre la épica de barrio del Chino Maidana en el ring, claro que sí, cuánta guapeza, pero resulta que noches atrás perdió la corona. Y, lo peor del caso, me quedé dormido antes de verla. Así que, considerado esto, sabiendo que no tenía nada en mente, pensé en hablarles de periodismo. Quería esta semana pasar a enumerarles cómo estar desinformado, tener mala memoria y básicamente no ser fanático de nada, pueden ser las cualidades para transformarse en un pésimo buen periodista.
* La desinformación ayuda. Nada como no saber de algo para involucrarse a narrar una historia. Pues, de ese modo, el periodista empieza en la historia de cero. Puede descubrirla al mismo tiempo que el lector. Palpitarla en simultáneo. Enfadarse y revelar los vericuetos de los personajes que desfilan en torno a ella. Desconocerla es una invitación a conocerla en el texto.Buena parte de las razones de por qué el periodismo escrito parece tan chato es porque está hecho por periodistas especializados. Ya nada los sorprende. Parecen un matrimonio gastado por los años. Siempre la misma rutina. Siempre la misma cara de traste.
* Mala memoria. ¿Para qué almacenar tanto dato al divino cohete? Usted es un periodista, no es un pendrive. Tener mala memoria ayuda a que la mente ande más liviana. Pueda interconectar asuntos aislados casi a vuelo de poeta. La mente puede, si la dejan, sacar mejor las cuentas, observar piernas con más destreza y hasta escribir crónicas rutilantes que, muy en el fondo, no tienen dato alguno. Y todo esto por tener espacio libre en el disco rígido del bocho.
* No a las grandes historias. Uf, no hay nada peor que un periodista a la caza de una “gran historia”. Una que involucre la trata de blancas, la policía Bonaerense y al Papa Francisco. Que incluya drogas, rock and roll y algún familiar directo de Lio Messi. Que tenga pimienta, mística, sexo, conflicto, millones, poder, sal, perejil y, si se puede, que su publicacióin cambie el curso de la historia, o al menos, de alguna avenida importante de la city.
Todo periodista busca y busca una gran historia para ponerse en el podio junto a los grandes popes del rubro. Una historia con corazóń que hable de los grandes dramas de la humanidad todo eso en menos de diez mil caracteres. Pero en esa búsqueda, se da de narices contra la realidad. Eso que sucede a diario y normalmente tiene una trascendencia limitada. Más allá de lo que digan las universidades de periodismo, las mejores crónicas tratan de temas pequeñitos: un niño solitario, un deportista que no para de perder, un padre que busca a su hija y no la encuentra. Es la altura de quien la escribe de la mano de un lector despierto aquello que la engrandece.
* Ni secretos. Ni exclusividad. Ni primicia. Lo mejor a lo que puede aspirar un periodista es a la sinceridad. Basta de inflar globos de fenómenos berretas. Basta de ponernos la camiseta de la velocidad de información. No tratemos al lector de peleles. Si algo es un bodrio, que se cuente como bodrio. Si uno llega tarde a cubrir un evento, se lo dice abiertamente. El lector así, jurará fidelidad al cronista que lo trata con transparencia por los tiempos de los tiempos.
* Descargo. Todo medio, así como el famoso derecho a réplica, debería permitir que el periodista tenga la posibilidad de descargarse, un hábito que suele reservar todo reportero en ronda de colegas a la hora del happy hour. Esto daría aire y confianza en los artículos. En ese orden de cosas, el periodista podrá decir: “Esta nota que usted va a leer me la pidieron anoche. No teníamos un solo dato y se le ocurrió al editor luego de ver el show de Violeta con sus hijas. Yo trabajaba en otro artículo sobre el flagelo de la lencería erótica en la tercera edad, pero tuve que renunciar a ella y cambiar de tema. Así que por favor, no espere que la escriba con onda”.
Siguiendo estos cinco consejos, el periodismo podrá así plantear nuevos horizontes, aspirar a reescribir la historia. Trascender el mero papel y meterse los manuales de estilo en el reverendo y mismísimo copete.