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Por Cicco. Tanto embobamiento musical generalizado, que uno pocas veces se detiene a escuchar detenidamente lo que cantan esos mequetrefes a los que llamamos, sin más, artistas. Es, en ese descuido, cómo esta gente sigue escribiendo en cuanto papelito tienen a mano, destinado a servir objetivos más nobles como sonarse los mocos y secar las milanesas.

 


Desde el blues, al bolero, desde el reggae al tanto, todo género musical esconde o un vicio o un desarreglo psicológico. De lo contrario, es imposible entender cómo un puñado de los mejores músicos de la historia reciente, acabaron pegándose un tiro con una escopeta, o tapados de pastillas, o tragándose su vómito, o ahogados en alcohol.

Los músicos escriben sin tapujos sobre sus obsesiones enfermas, sobre su incapacidad de mantenerse sobrios, y, en especial, sobre su imposibilidad de aguántarsela piola solo sin joder a los demás. Todo eso, aderezado con violines y voz melosa, te dicen que se trata de música romántica. No jodamos. ¿Por qué vamos a fumarnos toda esa humareda de melodramatismo al divino botón?

La falta de atención es las letras produce malos entendidos masivos que, ni siquiera, los propios músicos entienden. Aún se pregunta Bono, el líder de U2, cómo “One”, cuya letra dice entre otras cosas “nos herimos el uno al otro y lo haremos de nuevo”, “tu dices: el amor es un templo..., me pides que entre y luego me haces arrastrar, no puedo hacer lo que me dices cuando lo que me haces es daño”, es el telón de fondo más elegido para los recién casados en su fiesta de boda. Ni siquiera el propio Sting, entra en razón de por qué “Cada vez que respiras”, donde narra la historia de un acosador que, con sólo leer una estrofa, bastaría para denunciarlo a lo comisaría, es hoy cantado como un himno al amor incondicional. No sólo los músicos escriben lo que se le viene en gana, con tal que suene bien, además nosotros escuchamos todo con los tímpanos atravesados por zanahorias.

Los músicos, junto con los escritores y los periodistas, son las tres clases de profesionales que uno debería evitar. Pero a veces, no queda otra. “Era insoportable, habíamos estado solo una noche y me llamaba desde España a cualquier hora llorando. Un enfermo. No sabía cómo cortarlo”. Me contó una vez, aún con mueca de espanto, una amiga que había tenido un affaire con un reconocido músico local. Ella había aprendido la lección y, desde entonces, limitó el trato con músicos a la radio FM.

Todo artista es un ser peligroso para mirar de lejos. Y tratarlo, como mínimo, con una barrera aduanera de por medio y dos o tres cordones sanitarios.

De acuerdo a un sondeo y un estudio muy serio emprendido por el equipo del Asesino Serial, concluyó que dos terceras partes de las letras compuestas en los últimos cien años, fueron elaboradas por músicos cuyas parejas, acababan de darles una patada en el traste. Y lo bien que hacían. La tercera parte restante se trataba de una metáfora más o menos obvia, sobre las drogas, el alcohol o las bondades terapéuticas de andar por la vida con la bragueta abierta.

Es, en ese orden de cosas, cómo el Asesino Serial emprenderá esta misión ambiciosa de crear el Vengador de las Canciones. Un espíritu de revancha y conciencia que pondrá las letras en su lugar y llamará a las cosas por su nombre. Pondremos a disposición del lector un puñado de análisis sesudos, tozudos y melenudos, donde podrá comprobar el reguero de bosta que plaga las letras de nuestro cancionero popular.

Hoy no arrancamos porque llueve y andamos cortos de tiempo, pero, a partir de la semana próxima, el Vengador de las Canciones hundirá bien hundido el cuchillo de la venganza, y la lucha sin cuartel para que regrese ese género tan puro llamado música instrumental. Y todos esos buenos para nada se callen de una buena vez. Menos lágrimas. Más pianito.