play

Por Cicco. Adonde quiera que uno ponga la vista en la ciudad, verá estos afiches que alientan llevar una Vida en Play. Y, para serle sincero, no creo que haga falta alentarlo: la mayoría ya anda así, más del lado virtual que del lado real de la vida. Tecleando y tecleando hasta que la muerte los separe.

 

Días atrás, mi hija de 14 años, me mostró la nueva aplicación de su Ipod: jueguitos para entretenerse mientras uno va al baño. Dios mío: ya ni eso se mantiene sin play. El espíritu Play Station lo invade todo: cada momento de la vida, puede –y merece- ser jugado. Llegado un punto habrá un consola portatil o una aplicación para cada momento del día, de ese modo jamás de los jamases te quedarás con tiempo suficiente para pensar cómo corno se te han pasado los años al divino botón.

El lema es: si uno no está en play, pierde su tiempo. Porque, vamos, mi amigo, ¿qué vas a hacer en estos tiempos de cortes de luz, cortes de calles, gente que huye en estampida a la costa, y jefes cada vez de peor humor? Poné tu vida en play. No hay otra.

En verdad, tiempo atrás las generaciones pasadas, ponían su vida en Rewind. Todo el tiempo, regurgitando el pasado, gente dolida, oscura, tanguera. Podías ver sus ojos del revés, siempre rememorando lo irrecuperable. Borrachines perdidos. Gente Rewind.

Luego llegó el rock, el punk, el flower power y la mar en coche: los que pasaron con sus padres, sus abuelos, todo aquello que lo precedía y le hizo un corte de manga. La generación Stop.

Luego llegó esta camada de niños inquietos que sufrían trastornos de ansiedad. Que no importaba qué estuvieran haciendo siempre decían: “Y ¿cuándo esto se termine qué hacemos?” Los niños Fastfoward. Sí, hubo que medicarlos a todos ellos para que dejaran de hinchar.