Por Cicco. Cada día más gente cuenta lo mismo, frustrada y emperrada. Confiesa, con cierta vergüenza, que ya no es lo mismo que antes. Aún cuando son gente joven –ninguno tiene más de 40-, reconocen que, antes podían leerse un libro de un tirón. Pero ahora, no hay caso. Les cuesta. No tanto porque escasee el tiempo libre para la lectura. No, señor: en tiempos de bombardeo visual, de metralla de videítos hasta en los sitios de los periódicos, cada vez son más los que, simplemente, leer los abruma.
Muchos compran libros, esto es cierto. Es parte del consumo que a uno lo hace sentirse más culturoso, más adentro de un mundo de intelectuales con bibliotecas grandes que incluye vaya a saberse qué privilegios. La gente compra muchos libros pero lee poco y nada. Los libros están cada vez más baratos. Se puede llenar una biblioteca con menos de mil pesos, recorriendo las librerías de saldos de avenida Corrientes. Y tener más chances para el levante de mujeres de alto vuelo y anteojos con marcos gruesos. Ahora bien, leer todo esos libros es otro cantar. Y es un cantar al que pocos se animan.
¿Por qué nos cuesta tanto leer? Otros tiempos, otro mundo. Antes, siglos atrás, la gente moría por conocer las nuevas peripecias en las novelas por entregas de Dickens. Era un escritor asombroso. Y sabía mantener sus aventuras siempre a todo vapor. Siempre dándole una zancadilla al lector con algún giro inesperado. Pero antes la gente disponía de tiempo y, lo que es más importante, estaba aburrida. Su mente no era este chicle, este pulpo repartido entre miles de llamadas de atención, un cerebro partido y repartido en infinidad de focos igualente atractivos. Antes, el lector podía hacer algo hoy impensado: podía concentrarse.
Las cosas cambiaron, mi amigo. Los diarios cada tanto publican colecciones enteras de libros –desde clásicos de la literatura argentina hasta las obras completas de Florencia Bonelli-, y a los pocos meses, ya uno los ve rendidos y abaratados, en las librerías de descarte.
Como le decía, este es otro mundo. Es el futuro. Imagine que usted lee en el subte o en el colectivo, pues de otro modo no encuentra tiempo para la lectura. Y claro, siempre descubrirá que la realidad es más entretenida afuera de la página que dentro de los lomos soporíferos de su libro. Los ladrones son más audaces. La miseria es más miserable. Las chicas son más pulposas. Leer es remar contra la corriente. Usted enfoca su mente para que preste atención a las líneas que discurren en ese hilo narrativo seguramente tan interesante de, pongámosle, Marcos Aguinis, pero su cerebro siempre lo interrumpirá “Mmm, qué perfume tan bonito. Debe ser de esa chica que acaba de entrar. Si tan sólo pudiera levantar la mirada para mirarla más arriba. Pero claro, pensará que me interesa más ella que la lectura. Sabrá que me intriga más saber el tamaño de su busto que el destino de ‘Crimen y castigo’ de Dostoievsky. Estoy atrapado”.
En los medios, nadie lo dice, pero la realidad es la misma. Desde que me inicié en la profesión de periodista, siempre había algún editor embanderado en la consigna de “la gente no lee”. Normalmente el editor en cuestión, pedía que uno “vistiera” la nota. Es decir, la llenara de recuadros, infografías, tortas con encuestas, columnas de expertos. En fin, lo que fuera necesario para que la gente no advirtiera que, leer les costaba horrores. La nota sin nada más que texto se la consideraba, en la jerga, una nota “desnuda”. Y nada peor que eso. Una nota desnuda que saliera a la luz, era prácticamente vergonzoso. La delegaban, por mejor escrita que estuviera, a una página del final. La humillaban recortándola.
Normalmente cuando uno propone una nota en los medios, su jefe le dirá. “Todo muy bonito, me gusta tu idea, es fácil de resolver, pero”, y en este momento abría bien los ojos y se encogía de hombros, “¿cómo la vamos a ilustrar?” Una buena idea de nota sin una idea de ilustración era una crónica destinada al fracaso. Si uno veía que su propuesta brillante era demasiado abstracta hasta para que un ilustrador le dedicara un dibujo especial, no valía ni hacer el esfuerzo. La nota jamás saldría publicada.
¿Por qué nos cuesta tanto leer y aún así, las editoriales se empeñan en editar nuevos libros, y los diarios y revistas siguen su circulación masiva? Curioso, ¿no es cierto? ¿Cómo? Le decía que nos cuesta tanto leer y aún así cada vez hay más libros en la calle y más diarios. Más diarios y más libros, ¿no le intriga? Eso quería explicarle que me parece una locura. ¿Me escucha? ¿Está ahí todavía? ¿Señor? ¿Señora? La pucha. Lo perdimos. Otro más.