verano y periodismo

Por Cicco. No hay peor momento del año para los medios que las vacaciones. Para empezar, los redactores y editores estrellas de cada lugar se toman el palo. Quedan los que aún no tienen ni voz ni voto para partir en enero. Que, a Dios gracias, si les tiran las sobras de marzo. Por otra parte, los grandes temas culminan en diciembre: el pico febril de consumo en shoppings, las notas sobre cómo sobrevivir al atracón de la comida navideña, y los dos o tres que les queda un ojo en compota con una cañita voladora. Luego, es la nada misma. De un día para otro, el periodista se encuentra con que eso que él llamaba realidad, ya no está más ahí.

Llega enero y los editores se desesperan como oso polar en el zoo. Salen a la caza de tendencias de verano, no importa su grado de idiotez. Aguardan con uñas y dientes el romance de celebritie que les salve la temporada. Todo vale: si Adrián Suar mira un traste en la playa, ya hay nota. Si a una modelito se la ve con un tatuaje en el maxilar derecho, hay tendencia en puerta. Si a un relacionista público se le ocurre caer a la playa con un lagarto, es una doble página. Estamos en enero, hay que apechugarse. Las publicidades ya no pueblan las páginas como en tiempos navideños. Ahora, hay que cubrir el espacio con notas. Para un periodista free lance, a la caza de vender notas, estos dos meses son la gloria: los editores compran lo que uno les tire por la cabeza. Un periodista ayer me contaba sobre el editor de una reconocida revista dominical: “Por primera vez me dijo que estaba abierto a cualquier idea y que iba a dar esa vieja nota mía que tenía hace meses en parrilla”. Los signos angustiantes del verano.

Así como no hay peor momento del año que las vacaciones, no hay trabajo más ingrato para el periodista que cubrir la temporada. Un reportero alojado en Punta del Este, para un revista, es como una mina de oro. No importa que aún no haya llegado ningún famoso, le pedirán lo imposible: si no está aún, por lo menos, que retrate su casa, que entreviste a la empleada doméstica que cuida su cabaña. O que hable con algún caco de celebridades.

“Llamalo a X que está en Punta, a ver si te consigue algo”. Esta frase se repite en una redacción a la velocidad del estornudo. Tenerlo a X en una playa es la salvación. La sección personajes ya no quiere más reporteados con asfalto bajo sus pies y camisita. Los quiere en malla, de ojotas y si se puede, con algo de agua que aporte onda veraniega, una cantidad que refleje algo más que una escupida o un charco de sidra sin gas.

Por suerte –o porque soy demasiado vago-,jamás me tocó cubrir las temporadas. Pero tuve que llamar a varios periodistas en la costa y, para decirlo en pocas palabras, me daban ganas de llorar con ellos. “Loco”, te explicaban, “me ensartaron con cuatro notas: tengo que entrevistar a Constantini, hacer la fiesta del tipo de Brahma, juntar a dos intelectuales en la playa, y me piden una nota de tendencias que aún no sabemos sobre qué será, ¿y vos me querés tirar una crónica más? ¿Por qué no venís vos para acá?” Uf, pobre gente. De tan agotadas las neuronas, normalmente lo que uno debía hacer desde la redacción era pulir los textos del periodista en temporada que, para la segunda semana de playa, ya funcionan a base de Cinzano Rosso.

Verá con el tiempo que nada de lo que los medios anuncian con bombos y platillos en el verano tiene algún sustento. Llegado marzo, los romances, las tendencias, los personajes emergidos de la costa, volarán como golondrinas. Los periodistas que han partido de vacaciones, regresarán a la oficina. Los funcionarios, los actores, los jueces, los intelectuales todos volverán al pantalón largo y la vida continuará.

Así como las películas y los discos advierten del contenido que puede ser ofensivo para el público, los medios deberían poner en práctica una medida similar: “Es verano”, se leería en sus portadas, “no nos tome en serio”.