bullying/Por: Cicco. Es curioso, pero la moda se cuela en lugares inesperados. Hasta los trastornos psicológicos y las conductas sociales tienen sus propios booms, avivados por un término ganchero, gran cobertura en los medios y el descubrimiento de algo que es más viejo que la humedad.

 

 

 

Veinte años atrás, en mi escuela no existía el bullying. El concepto allá en el Colegio Cisneros de Barracas, se quedaba corto. La escuela era privada y por esas cosas del dinero, el director permitía el ingreso a los peores del barrio, pateados de otros colegios: mientras pagaran la cuota, a nadie se le cerraba las puertas. No era abuso lo que hacían mis compañeros de clase. Eran prácticamente conductas tipificadas en el código penal. Si no hubo homicidio, fue porque Dios es grande. A un chico que acababan de sacarle el yeso lo empujaron por las escaleras y tuvo que ponerse yeso nuevo. A dos que eran judíos les decían que los iban a hacer jabón. A un fanático de River lo rodeaban entre varios y lo torturaban para que dijera: “viva Boca” y a pesar de los golpes, el pibe se la aguantaba en el molde. Cada vez que salíamos al recreo, tomaban a un compañero al azar y lo columpiaban en el agujero de la escalera, a dos pisos del suelo. Fue la época dorada del bullyiing: tiempos de puente chino donde te molían a palos y donde ante el primer desacuerdo te citaban en la esquina para volver a molerte a palos. Yo era flaco, tímido y además petiso: el blanco ideal para estas cosas. Si hubiese sabido del bullying entonces, al menos, me hubiera sentido miembro de una especie de club. Pero ni siquiera nombre había para eso. Sólo moretones.

La última película de Roman Polansky, “Un dios salvaje” se dispara con un chico que, de un palazo, le baja varios dientes a otro que lo provocaba. Días más tarde, se encuentran los padres de ambos niños, y lo que sucede es un signo de los tiempos: terminan siendo más violentos que sus propios hijos.

Antes los niños eran bipolares y víctimas del TDA –trastorno de déficit de atención-, incluso recibían medicación por esto. La gente sufría ataques de pánico y de TOC. Y los tipos que más levantaban, decían los medios, eran los metrosexuales. Ahora ya nada de eso sucede. ¿Por qué? Porque no hay periodistas serios que se refieran a esas palabritas, no hay libros en vidriera, no hay programa de radio que traten estos problemas. En fin. Sin rating ni repercusión, a la gente no le interesa padecer estos dramones. Ahora, en cambio, lo que sale es el bullying. Hay bullying laboral, bullying cibernéticos y los medios dan cuenta de cada vez más de episodios de chicos que se quitan la vida cansados de tanto bullying. Uno de los organismos norteamericanos anti bullying con más actividad en la red se llama Stop Bullying.org. Allá el 20% de los niños entre 9 y 12, dicen son víctimas de esto. Y desde su sitio lanzan una campaña de advertencia: “El bullying te puede afectar de muchas maneras. Puedes perder el sueño o sentirte enfermo. Incluso puede ser que quieras faltar a la escuela. O hasta pienses en suicidarte. Si te sientes sin esperanzas o sabes de alguien que lo sufra, por favor llámanos”. Llámalos de inmediato antes de que el bullying sea otro término archivado en la memoria de los medios, y los niños vuelvan a dar rienda suelta al delicioso encanto de pisarse las cabezas unos a otros. El caldo de cultivo de toda sociedad civilizada.

Fuera de broma. Es bueno que el abuso tenga nombre propio. Lo que no es bueno es que, como sucede con toda moda, tarde o temprano caiga en el olvido.