EL DILEMA DE LA SEMANA |
¿Por qué todos los millonarios tienen cara de pelele? |
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Días atrás, los medios anunciaron que el hombre que más levanta en pala es el indio Mukesh Ambani, quien necesita de una pala excavadora para levantarla y tiene una billetera gorda y triple como maxialfajor Jorgelín. Ambani heredó la empresa petrolera de su padre, estudió ingeniería química en la Universidad de Bombay, se construye en este mismo momento una torre de 173 metros de altura para vivir holgadamente con su familia, y escaló de a poco la lista de los millonarios de la Revista Forbes, una escalera en la cual cada peldaño, coincide estadísticamente con un millón de cabezas cortadas a la raíz del cuello. Los medios cubrieron el anuncio con un perfil de su vida y fotos incluidas, y así el mundo descubrió que Ambani, al igual que Bill Gates y Donald Trump, no solo caga en inodoro de oro, sopletea a la chica que quiere, fuma habanos gruesos como caño de baño, además tiene la característica cara de idiota que hacen a los millonarios una comunidad unida, fraterna y armónica en su lucha por hundir al resto de la humanidad.
Esto, lejos de asombrarme, confirmó una teoría que venía amasando desde hacía tiempo como ñoqui del 29. Gracias a mi comprometida labor de periodista a tiempo completo, conocí a un puñado de millonarios con la misma sintomatología: ojos extraviados, conversaciones sin sentido, gestos apresurados, jopo de pelo de gato, y una inquietud que acompañaba sus pasos como la estela a un barco, como el viento a un molino, como el gas a un culo: ¿cómo esta gente con esa cara de pelele total hizo una fortuna más que mi familia, mis amigos, y todos los conocidos que tenga en esta vida, sumados a los suyos elevados a la enésima potencia? Pregunté las razones a un especialista en la materia, un periodista de negocios de un suplemento de uno de los diarios más leídos de la Argentina. “La verdad”, me contestó, con conmovedora humildad. “No tengo la más puta idea”.
Antes de seguir con esto, vea a nuestros millonarios locales y decida si responden al mismo patrón.
Amalita
Franco Macri
Alan Faena
Un proceso idéntico de atontamiento físico y gestual, y de adormilamiento de los sentidos, les sucede a los animales. Cuando un animal padece de hambre, se hace astuto, rápido de reflejos, poderoso, intuitivo. Sin embargo, cuando tiene la panza llena y las comodidades garantizadas, se convierte en un ser completamente diferente, algo que los zoólogos denominan un boludo bárbaro. Para ellos, no hay motivación posible.
Aquí tiene el ejemplo de los dos estadíos. En la siguiente imagen, podemos observar un perro hambriento en pleno uso de sus facultades instintivas. Observe sus ojos y su mirada de Subcomisario de la °32.
Y aquí, en cambio, mire al perro aburguesado, víctima de la satisfacción plena y el sinsabor de la existencia, en una situación típica de su clase.
Esto es lo que, tarde o temprano, sucede con este tipo de caninos.
Se los morfan.
En el reino de los seres humanos, ocurre lo mismo. Compartí una cena frente a frente con Eduardo Constantini. Aún se recuperaba de su accidente motonáutico y de su última separación. Tal vez eso lo justificaba. Pero aún tengo presentes y repito cada vez que tengo oportunidad sus sabias palabras: “Quiero decirles”, pronunció, alisándose la servilleta, “que la carne está muy buena, eh”. Un genio de la síntesis.
Es muy conocida, por otra parte, la costumbre del empresario Franco Macri de recompensar con propiedades a sus ex parejas. Se dice que es una forma de comprar su silencio. Pero Franco es un hombre con dinero y códigos. Él sabe bien que la mejor forma para callar a una ex pareja, sin necesidad de firmar escrituras, ni darle una posesión inmobiliaria, es el asesinato por encargo. En Colombia es más popular que el delivery de pizza.
Quiéralo o no, esta es la gente que atesora nuestra felicidad. O, dicho de otro modo, esta es la gente que tiene el dinero para que, usted y yo, podamos ser felices. En lo personal, ando disparado como animal en celo, como felino atacado de hambre. Siempre lo digo, una erección es como una jabalina proyectada al mejor de los futuros. Un arco que permite vislumbrar hasta dónde podemos llegar si sólo nos esforzamos un poco más en nuestro camino hacia la idiotez millonaria.
Cambie el país y el hábito persiste. En Rusia, los multimillonarios moscovitas pagan la boludísima suma de diez mil dólares para pasar una noche como choferes de taxi, mozos, vagabundos y prostitutas. “Ya no hay nada que los asombre”, dice Serguei Kniasev presidente del Club Lúdico que reúne a millonarios con mente de pene fláccido. “Herederas de poderosos imperios económicos, pagan fortunas por ser vejadas por camioneros en bares moscovitas. Una clienta hasta se quejó de que su camionero no estaba lo suficientemente transpirado”.
Otros descerebrados buenos para nada, cagados en plata, pagan 25 mil euros por noche para dormir en tugurios pueblerinos en las montañas de Afganistán. Esta gente perdió el mayor incentivo de su existencia que es hacer guita, y no sabe qué hacer con su vida.
Cada dos por tres, los potentados se caen de sus jets como mosquitos atacados con Fuyi Vape. Ya le ocurrió a John Kennedy Jr, cuando se puso de moño su Piper Saratoga II. Después de reconstruir las partes del avión junto con las partes de Kennedy Jr y combinar las variables en el momento del accidente, las pericias determinaron. “La aeronave funcionaba a la perfección. No hubo daños mecánicos. John quiso aterrizar sobre una isla y la confundió con el océano. Yo diría que el accidente se produjo fundamentalmente porque Kennedy Jr era un boludazo”.
Poco tiempo atrás, se vino abajo también la avioneta del aventurero millonario Steve Fossett. Los equipos de rescate aún no saben adónde coño fue a parar. En fin, más para los herederos.
Hablábamos al comienzo del multimillonario indio Mukesh Ambani, y con el entusiasmo por hablar mal de los millonarios, quedó para el final. Pero el asunto es que, en los minutos que me llevó escribir este texto más bien flojo, Ambani dejó de ser el hombre más rico del planeta. En su momento, se dijo que su fortuna ascendía a 63.200 millones de dólares. Pero, al parecer, en la suma se les escapó un vuelto –habrían computado dos veces el capital de su empresa junto al de sus subsidiarias-. La cosa es que Ambani tiene en verdad 46 mil millones de dólares, lo cual lo devuelve mucho más abajo en la escala de gente recagada en guita. En una de sus escasas apariciones en la prensa, Ambani dijo que no le importaba bajar del ranking como número uno del mundo de la Revista Forbes. “¿Vieron las caras de idiotas que tienen los de la lista? No me interesa. Y ahora por favor, si me permiten, estoy muy ocupado”, y mientras los periodistas guardaban sus grabadores y los camarógrafos armaban sus cámaras, Ambani continuó barriendo los pisos de un pabellón de leprosos en Bombay con la lengua. Un hobbie por el que paga 50 mil euros por hora.
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