SANDY VS INUNDACIONES ARGENTINAS
 ¿Por qué los desastres naturales en EEUU son más cinematográficos que los nuestros?

Sandy en Nueva York/Por: Cicco. Podrá decir que el agua y las inundaciones ya pasaron, pero aún, en la Argentina quedan un puñado de pueblos colapsados y sumergidos hasta las rodillas, y una moraleja aún sin masticar: ¿por qué somos tan trillados en tratar mediáticamente nuestras catástrofes naturales mientras en los Estados Unidos cada vez que llueve parece una superproducción de Hollywood del acabóse? ¿Por qué en Norteamérica cada vez que sucede un huracán se le pone nombres sensuales como Sandy y Katrina, mientras que aquí, abajo del mapa, seguimos llamándolos vientos y lluvia?

El asunto siempre me tuvo intrigado. Porque, en definitiva, ¿quién es el demente que se encarga de ponerle nombres a los huracanes? ¿Se inspirará en alguna compañera de la infancia? ¿Un amor imposible, alguien que, acorde con la furia de la naturaleza, le ha dejado algún órgano roto? Por otra parte, ¿antes de bautizarlo con nombre femenino, el metereólogo –pues imagino que el nombre debe venir de un metereólogo- lo consultará con algún productor cinematográfico? ¿Le dirá: “Te suena bien Sandy, pensás que es un nombre taquillero”?

A Dios gracias, los desastres naturales a gran escala rara vez se posan por aquí. Pero esto que, en términos humanitarios, es una bendición. En términos cinematográficos y mediáticos, nos resta originalidad. Uno de los últimos vendavales de un año atrás que levantó techos, derrumbó arboles y tumbó automóviles en la Argentina, ni siquiera llegó a escala huracán. Era, se dijo, apenas la cola de un tornado. Y las colas funcionarán bien en Tinelli, pero reflejados en las tomas satelitales pierden algo de su encanto.

Es como si Dios nos tuviera piedad a los argentinos: sabe que este es un país de bajo presupuesto. No puede andar cada dos por tres rompiendo el decorado. Estados Unidos, en cambio, cada tornado –tornado completo, o huracanes cilíndricos y perfectos como secarropas-, provoca un caos y una cascada de desastres millonaria suficientemente poderosa para merecer, como mínimo, una emisión especial de NatGeo.

Imagino que mientras un huracán como el Sandy deja destrozos a su paso, corta la electricidad en toda Nueva York, y colapsa desagües, un puñado de guionistas debe reunirse ese mismo día a hacer, a tono con el clima, brain storming. Uno dirá: “Lo tengo. Esta película trata de un grupo de amigos que descubren que Sandy no es una prostituta que los viene a visitar a la fiesta, es un tsunami”. Otro dirá: “Un banda de rock adolescente llamada Sandy, se asocian a un científico loco y crean una tormenta que, en lugar de rayos y centellas, suena con los acordes distorsionados de su nuevo single”. Dementes, debe existir gente así de demente.

Pero así son las cosas: nuestra vida no es más que un deambular de un género a otro. Un día se vive en una romántica. Y a la noche se transforma en thriller policial. Al día siguiente, es una comedia llena de gags de oficina que termina en peli apocalíptica.

Aunque ahora ya lo sabe: en la Argentina, el romance nunca será muy romántico. El thriller policial nunca tendrá una persecución espectacular con automóviles y helicópteros. La comedia a veces lo pondrá al borde del llanto. Y el apocalipsis se resumirá en un temblor que tira adornitos de los estantes, anega la avenida Libertador, vuela unos paraguas en la costanera y en algún super chino de Pompeya derriba alguna que otra góndola. En fin, una trama que no aguanta ni un bloque de noticiero. Y ni siquiera merece que alguien se ocupe en ponerle un nombre para subir un punto de rating, darle un aire cinematográfico, y que sigamos por la vida llamándolo simplemente chaparrón.

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