LA VOZ DE LA LECHE/
¿Querés ser como Pancho Ibáñez?

Pancho Ibañez/Por: Cicco. Si le dan a elegir un modelo inspirador en este mundo, ¿a quién elige? Yo tengo un referente indiscutido, un hombre que, a juzgar por su empeño en la tarea magnánima de poner la voz en los spots de La Serenísima, es, de todo este país, aquel que se gana mejor la vida, con un gasto mínimo de energías y con transpirar la camiseta sólo cuando la manda al tintorero. Y como habrá visto por el título, estamos hablando aquí del mismísimo Pancho Ibáñez.

¿Por qué lo queremos tanto a Pancho? Porque no se pela el lomo como el resto de los mortales, porque parece no trabajar con horario fijo desde los tiempos de El deporte y el hombre, un ciclo de más de tres décadas atrás –bueno, hay que darle la derecha y admitir que también puso la voz en Tiempo de siembra y La Centuria, en las tres décadas restantes, aunque tampoco se quedó afónico de tanta parla-. Y porque, gracias al respeto hondo, por no decir solemne, por no decir marmóreo, por no decir, uf no se me ocurren más adjetivos imperecederos, que le dieron esos programas, Pancho se transformó en la voz de la autoridad, por no decir, bueno, usted me entiende. La primera voz televisiva que incluía, en un mismo tono, un saco con botones dorados. Ibáñez es nuestro escribano oral por excelencia: si lo dice Pancho, debe ser cierto. O, como mínimo, la persona interesada en hacernos creer que es cierto, en primer lugar, debe tener dinero suficiente para pagarle a Pancho.

El impacto de una voz es algo que trabaja a nivel profundo, inconsciente, infantil que cala hondo en el bocho del mismo modo que cala hondo un plomero en el baño. Es por eso que la voz de la madre es suficiente para que un niño deje de llorar –ahí tiene todas las experiencias con perros de Pavlov-. Y es por eso que la voz de esa misma madre provoca que su esposo empiece a llorar.

Es así como funciona el link auditivo. Y es así como cada cosa, si la dice el gran Pancho, uno corre a comprarla, convencido en su fuero más intimo, de que todo lo que ha estado buscando en esta vida puede resumirse en una palabra y dos siglas: lactobacilus GG.

A Pancho lo consideran parte de la trinidad de “locutores ilustrados” junto a Antonio Carrizo y Víctor Hugo. Un locutor que, según dice, tiene alma de actor –participó en media docena de películas, en papeles en su mayoría sentado y poniendo la voz, incluida la explosiva Superagentes y Titanes-. Antes de venirse a Buenos Aires, estudio derecho en España y  trabajó en radio en los Países Bajos –aunque no está claro, si en el más  bajo o en uno del medio-.  Hoy en día, lleva cientos de spots que contienen su estampa rígida, por no decir firme y con el bigote blanqueado de tanta sabiduría vertida o quizás de tanta leche testeada para la ocasión.

Si está tan embelesado, en lo más  íntimo de su intimidad y quiere organizar un evento e invitarlo a Pancho, debe llamar a su agente Roberto Ramasso, que representa shows de Alejandra Pradón  y de Tony Kamo quien jura que logra que el público deje de fumar pero en lugar de usar la parla, Tony usa el hipnotismo. Pero Pancho lo supera ampliamente por seis botones del saco. Pancho es el gran hipnotizador publicitario. Desde hace más de 30 años, nos viene diciendo qué hacer, qué comer, dónde poner el dinero y cómo sublimar nuestra pasión por las lolas consumiendo leche de vaca. 

Para el recuerdo de cómo se nos metieron sus mostachos siempre prolijos en la vida, en el asesino serial le proveemos unos links a sus mejores spots, por no decir los más recordados, por no decir los más persuasivos:

Este del 2000, tirando piedritas en el arroyo y convenciéndonos de cómo YPF protege nuestro medio ambiente.

Este es de 1998, donde nos cuenta por qué la nueva manteca de La Serenísima, es la más untable del mercado, más untable incluso que ciertas clases de diarrea.

En esta de aquí, Pancho se remonta a los fenicios y a los egipcios antiguos para convencernos de que debíamos  poner el dinero en una AFJP como Siembra.

Y este último corto donde Pancho hace lo que más le gusta: intepreta a Dios. Una de las pocas veces en la tele, el papel lo valía, en que se lo ve sin saco.

Todos queremos ser como Pancho. Que nuestra voz se imponga con el sólo magnetismo hipnótico de nuestras cuerdas vocales. Y que baste con escucharnos para que las chicas caigan rendidas a nuestros pies como si fueran víctimas del azote de diez tomos de la Enciclopedia Britannica, y que la gente, sólo al atender el timbre de nuestra voz, manotee la billetera y salga a beber Actimel como si fuera victima de bajón de paco.

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