ANGELISMO POP/ |
¡Cuidado con Claudio María Domínguez! |
/Por: Cicco. ¿Por qué le pegan tanto a Claudio María Domínguez? Sus fans lo aman. Se divierten con él. Les enseña espiritualidad como si enseñara a bailar reggaetón. Es fácil, dice, no se necesita demasiado sacrificio y ni siquiera precisa uno de un maestro. Cualquiera puede hacerlo: basta con ser feliz y ver las miserias del resto como si fuera una imagen borrada de foco. Poco clara, y poco interesante. |
Yo soy de los que creen que, con el escrache en la Feria del Libro, por poco, Claudio María Domínguez sale bien parado. Su respuesta era casi sensata. Y se advertía que el que preguntaba era claramente un militante y un provocador. Había ido a denunciarlo –era vocero anti sectas- y no a saber su opinión. Esto era claro. Acá tiene el video por si aún no sabe de qué corno hablo. Ya lo vieron 106 mil personas: link al video.
Defender lo espiritual es una tarea titánica y normalmente uno tiene las de perder frente a los materialistas. Ellos tienen objetos, cosas palpables. Los defensores de la espiritualidad se basan en experiencias, en fe, en libros sagrados. Uno basta con abrir los ojos. La otra necesita sacrificios, guía y vivirlo con carne propia.
Sin embargo, la reacción de Claudio en la Feria, delató algo mucho más profundo. Sacó a flote todo ese borbotón del ano dilatado y la violación –“no rompas más las pelotas”, "¿qué pasó te violó el Maestro Amor?”, “sacale el micrófono”, “si yo lo condeno es porque tengo el ano dilatado”, dijo entre otras cosas-. Estamos acostumbrados a que, en el mundo de la espiritualidad argentina, siempre uno termine hablando de violaciones y anos dilatados. Eso no es lo llamativo. Lo que interesa aquí es que Claudio, un hombre que difunde el amor, la unión y el perdón, levante tanta temperatura ante el primer cuestionamiento. Y es por eso que le dedico esta columna.
No quería escribir sobre Claudio María Domínguez. Ya lo hice meses atrás. Lo seguí durante un día para una conocida revista dominical. Allí hablamos del boom y su ascenso meteórico, pero también descubrimos algunos claroscuros. Domínguez se fastidió con la nota. Y lo dijo al aire. Explicó que lo había sacado de contexto. Y que la nota no era fiel a su trabajo. En fin. Esto dicen todos los que no encuentran lo que ellos esperan.
Sin embargo, yo había suavizado en el texto, ciertos aspectos que me habían llamado la atención. Exponerlos en ese momento, tal vez, podría haberlo hundido. Al fin de cuentas, me dije, el mensaje de Claudio de amor y perdón, no está mal. Hay tan pocos que difundan eso, que, ¿para qué dispararle al pobre mensajero? Le dí vueltas varios días al dilema y, en lugar de ser brutal, fui sutil. Sin embargo, cuando ví el brote de Domínguez en la Feria recordé que conmigo también había tenido uno. Y un puñado de cosas más. No las conté entonces, pero ahora, con un brote público podemos contar este otro pequeño brote más privado y otros asuntos que aún tengo encajados en la glotis.
* Lo entrevisté sin prejuicios. A mi hermano le encanta Domínguez. Y yo tenía mis dudas, pero estaba abierto a descubrirlo. Pero de entrada, cuando hablamos por primera vez al teléfono, las palabras que más repitió Claudio fueron: “lo fabricamos”, “dale lo montamos fácil”. Eso de fabricar y montar, no me sonaba muy bien que digamos.
* En la entrevista, me preguntó con qué otros testimonios había conversado. Le dije que uno de ellos era Alejandro Agostinelli, el periodista que denunció la estafa de los sanadores filipinos, que él había defendido y hasta había escrito un libro al respecto. Entonces Claudio cambió la cara. Estábamos en el estudio de grabación, minutos antes de salir al aire en su programa de cable. Él estaba sentado, las cámaras apagadas, y aún a diez metros de distancia, tuve ese mismo pantallazo explosivo de la Feria. “¿Por qué no me dijeron que habían hablado con él? Yo les abro las puertas de mi casa y me hacen esto. Además, ¿qué hizo él? ¿Tuvo algún éxito en su carrera? Todos los que me cuestionan son fracasados. Además se cuelgan de algo que pasó hace mucho”, y el final de su enojo fue con una amenaza: “Yo voy a llamar a tu editor para que no vaya esa parte”. En más de 15 años en los medios, entrevisté gente brava y pesada. Pero ninguno me amenazó jamás con llamar a mi jefe y pedirle que modifique la nota. Claudio fue el primero.
* Antes de despedirnos, me regaló todos sus libros, el último número de su revista, y me recalcó con una sonrisa: “Escribí esta nota con el corazón eh, genio. Mirá que te dí todo. Mi mujer que no da fotos se las dio a ustedes. Tu fotógrafo estuvo todo el día haciendo fotos. Y ella está embarazada, está por parir”. Esto tampoco me sonó muy bien.
* Mientras escribía el artículo, me llamó por teléfono pues había un dato por confirmar, no recuerdo cuál. Pero recuerdo cómo empezó a tirar el hilo de mi historia: “Así que tenés una hija que vive con vos. Qué bien. ¿Y otro hijo con otra pareja? ¿Y qué edad tenés?” Sentí que, llegado este punto, quería ofrecerme sus consejos. Transformarse en mi referente. Hacerme, tal vez, parte de sus admiradores. “No te hago perder más tiempo, Claudio”, le expliqué. “Te agradezco el dato”. Y cortamos. Esa fue la última vez que hablé con él. Luego me enteré que estaba furioso con la nota entre otras cosas porque él mismo aparecía criticando a Ari Paluch y a Bernardo Stamateas, y decía que yo lo había sacado de contexto –y eso que no conté otras cosas más donde atacaba a la esposa de uno de ellos-. Sacar de contexto es la expresión que suelen usar los entrevistados para indicar que están arrepentidos de haber dicho algo. Dijo que le escribiría al editor para presentar formalmente su queja.
Todas estas cosas quedaron fuera de la nota, y todo por culpa mía. Esto, claro, sin entrar en el terreno de fondo más incómodo de su mensaje: no seguir religiones, ni maestros y sólo dedicarse a ser feliz, cueste lo que cueste. Este es el peor consejo que se le puede a dar a un buscador: le hace ver que no tiene que seguir los caminos experimentados por otros antes que él. Le hace sentir que no necesita guía, aun cuando la espiritualidad es un terreno difuso y sin señales a la vista –hasta Buda tuvo un maestro-. Y, lo que es aún más peligroso, le hace creer que su felicidad es lo único que importa. Lo cual termina de convertirlo más que en un buscador, en un idiota.
Un amigo me habló de una patología psicológica llamada angelismo. “Son gente que ante el público, parecen santos, inmaculados y con alitas blancas”, me dijo mi amigo Sergio. Pero ante el menor obstáculo que se les ponga en el camino, son los primeros en convertir tu vida en un infierno. El sitio donde la veracidad o falsedad de un testimonio se mide por la dilatación de los anos. Un lugar plagado de angelismos.
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