NO SE LEE, SE FIGURA/
La Feria del Libro ya no es lo que era

FERIA DEL LIBRO/Por: Cicco. Dirán que colmó las expectativas. Que tuvo el mismo arrastre de público que en el 2011. Que atrajo a figuras como Gianni Vattimo y David Grossman. Que reunió a leyendas vivas como Quino y Galeano con su público. Que dio lugar a los nuevos autores celebrities –estrellas que, aprovechan las editoriales, para capitalizar su público y vender libros- a que se sientan, también ellos, escritores. Pero vamos, la Feria del Libro ya no es lo que era.

 Los medios están decepcionados. Bueno, no los medios en sí, pero los periodistas culturales ya están inflados de trajinar por los pasillos de la Feria como si fuera una clase de vía crucis a la que están obligados a cumplir año tras año. Suerte que están los invitados del exterior para matizar el tedio, de lo contrario la única novedad sería registrar si el evento convocó más o menos público que el año anterior.

Desde hace unos años, la Feria del Libro dejó  de estar destinada al lector. No quiero ponerme repetitivo, porque ya escribí tiempo atrás sobre el asunto, pero cada vez que viene una Feria siempre me viene el mismo asombro y el mismo escalofrío. La sensación de que la Feria nos ha dejado de pertenecer a todo ese público pequeño y fiel que cree que leer es un acto privado, íntimo. Y que los mejores sitios donde llevar a cabo esta actividad, son los lugares silenciosos, agrestes, despejados. Es decir, nada parecido a la Feria del Libro. El verdadero lector quiere tomarse un tiempo, ver si hay ofertas en los stands –que ya no las hay-, si hay títulos que no haya visto caminando por Corrientes –que tampoco los hay-. Al verdadero lector le gusta husmear los estantes, barajar los libros en hileras sintiendo la esperanza que quizás, a la vuelta de cubierta esté el libro que siempre buscó. Pero la Feria no da respiro: para comprar un libro es como comprar un trago en Pachá: hay que hacerse lugar a los codazos.

Ya no queda nada digno de ver en la Feria. No hay libros por descubrir. Tiempo atrás, en mis primeras inmersiones, 20 años atrás, recuerdo aún todos esos títulos exóticos que no veías en otra parte. Un puñado de editoriales sacaban obras perdidas y las exponían, o saldaban ediciones que ya no se veían por ninguna parte. En otras palabras, la Feria no era un shopping para la gilada, era una oportunidad. Imagino que algo de ese espíritu deben conservar las ferias de historietas o de los fanáticos del disco. Esa ocasión de juntarse con otros igual a uno, encontrar figuritas difíciles, volver a casa con el tesoro, hasta el próximo año.

La gente vive el año como si llenara casilleros. Día del padre. Día de la madre. Día amigo. Verano: vacaciones. Febrero: carnaval. Abril: Feria del libro. Mayo: ArteBa. De ese modo, se cree, uno está informado, metido en el mundo, embebido de cultura. Mientras la gente que le interesa el arte, los libros, los padres y los amigos, se van corriendo a un lado. Dejan pasar absortos, el bochinche. La caravana de gente que cree que hay que hacer todo cortito y concentrado y respetando siempre lo que indica el calendario. Una semana de arte. Dos semanas de playa. Un día para atragantarte con huevos de chocolate. Una semana de libros, una maratón de dos semanas donde te firma tu novela Dolina, Petinatto y lo ves discutir a Claudio María Domínguez contra los desmitificadores de sectas.

Pregúntele a cualquiera si ha ido o no a la Feria del Libro. Si le contesta que sí, délo por seguro: ese hombre no compra un libro excepto que lo encañonen con una pistola. O, claro, excepto que le pongan alfombra roja y se lo disfracen de shopping.

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