EL MEJOR GUITARRISTA DEL TANGO/
Ubaldo de Lío, si no lo conociste al menos leé esta nota

Ubaldo de Lío/Por: Cicco. Se murió Ubaldo de Lío, señores. Qué pena infinita. Tenía 83 años. Este gordo hermoso era el último de las grandes guitarras del tango. Digo hermoso, pero era bastante fulero.

Usaba unas camisas horribles de colores y se oscurecía el pelo con tintura. Pero su guitarra era tan exquisita y melodiosa que te hacía ver todo lindo. No era Pappo, claro, ni Luis Salinas. No era un guitarrista estrella que convocara multitudes. Pero el gran Horacio Salgán lo eligió para uno de los dúos del 2x4 más antológicos. Y no se equivocaba.

Salgán, claro, era el compositor, el talento, el hombre al que todos iban a ver. Ubaldo, a un lado, era, por decirlo así, el acompañante, el Sancho Panza del Quijote, el que marcaba el contrapunto y llenaba los silencios del piano de Horacio. De hecho, en persona parecían un dúo cómico, esas parejas desparejas que jamás imaginarías que se llevaran bien. Salgán, alto y dandy. De Lío, petiso y barrial. Salgán reacio a dar notas. Ubaldo abierto al que se le acercara.

Yo me le acerqué un día para hacerle una nota, diez años atrás, e hicimos buenas migas. Tenía su esposa enferma y postrada, así que yo le llevaba películas que me obsequiaban en la editorial donde trabajaba, y cuando reunía varias lo llamaba por teléfono: “Tengo varios videos para tu señora, Ubaldo”. “Venite, venite”, decía él, “yo siempre estoy acá”. Acá, era la casa que tenía en Caballito, un poco oscura, a la que te criaste a cuadras de Primera Junta. No tenía nada allí que te indicara que vivía un músico. Ni diplomas. Ni trofeos. El living estaba pelado con la decoración que pondría cualquier mortal que viviera allá. No era mucho lo que hablaba Ubaldo, así que no recuerdo ninguna charla. Él era como su guitarra: justo y necesario. Y con Salgán se trataron siempre de usted. Ubaldo tenía la cara tirante hacia abajo como máscara de la tragedia. Es por eso que, cuando uno lo veía reír, era tan grato. Como si tuviera que hacer un esfuerzo descomunal para levantar todos esos músculos. Aún recuerdo cuando le daba mis películas a su señora: “Mirá, trajo el chico películas para ver”, y se las mostraba a la señora con la silla en dirección a la tele. “Películas”, repetía. A veces, la señora de Ubaldo hacía señas con la cabeza.

Verlo tocar con Salgán era único. Después de tantos años juntos –desde 1957 estaban con el dúo-, ya ni se miraban. No era necesario. Horacio tocaba suelto y romántico. De Lío preciso y ceñido. También fundó el histórico Quinteto Real, pero a mí me gustaba más en el dúo, estaba como más al desnudo con Salgán. El Quinteto era mucho firulete y bochinche. Con Horacio era un mecanismo perfecto y aceitado.

Era de lo más querible, aún en su silencio De Lío. Una vez, le pregunté por sus discos con Ciriaco Ortiz, ese astro del bandoneón de la talla de Troilo, pero con menos prensa. “Acá tengo un cidí. Te lo regalo”, me dijo. Y me dio uno sin autógrafos ni nada. Como quien le entrega algo a un amigo, de igual a igual, sin mayor importancia. Aún recuerdo de dónde sacó aquel disco porque dice mucho de Ubaldo, lo inmenso que era, un músico que tocó con Troilo, con Hugo del Carril, que dio vueltas por el mundo con su guitarra y despertó admiración hasta de Ella Fitzgerald y Stravinsky. Bien, ese gordo hermoso, sacó sus discos de una bolsita del super. ¿No es para hacerle un monumento?

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