TEMA RECONTRA TABÚ/ |
Biografía no autorizada de los gases |
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Un hombre y una mujer jamás lo mencionan en su primera cita, pero llegados a la cama, le temen. Es un motivo de ruptura más poderoso que la infidelidad. Tras años de terapia y apelación piadosa, podrá perdonar a su señora, luego de verla acostarse con un amigo. Pero jamás podrá perdonarle que emita sulfuro en sus narices. Esto queda en la memoria por siempre. Normalmente, expulsamos medio litro de gas al día en, promedio, 14 envíos diarios. El gas está compuesto por el aire que tragamos, más nitrógeno, más dióxido de carbono, más sulfuro de hidrógeno, el ingrediente que lo transforma en arma de destrucción masiva y emparenta su olor al del huevo en descomposición. Entre el ruido y el aroma hay, concluyeron los científicos, de 13 a 20 segundos. No es mucho, pero, si está avisado, es suficiente para correr y ponerse a salvo.
El gas tiene connotaciones dispares dentro de nuestro vocabulario. Estar “al pedo” no es lo mismo que “estar en pedo”. Para referirnos a algo que jamás haremos, echamos a mano el “ni en pedo”. Y, para aquel que ha tenido suerte, exclamamos “pero qué pedo, este Julito”.
Siempre me intrigó periodísticamente el tema de los pedos al punto tal que, con cualquier justificación mediática, logré entrevistar a uno de mis ídolos: el gran Mr. Methane, el único músico en todo el planeta que hace solos de culo, un ex operario de ferrocarril que descubrió en Inglaterra que podía hacer melodías sin abrir la boca mientras practicaba sin suerte una posición de yoga. “Es un don”, dice. Methane es una celebridad de culto: el rapero Eminem le dedicó un video clip a Methane y la cantante Sinead O’Connor regala sus discos en Navidad . Acá lo puede ver en el casting de la tevé británica interpretando maravillosamente El Danubio Azul aunque, como verá, dos miembros del jurado lo desaprueban antes incluso de escuchar si el culo suena o no afinado.
En aquella entrevista, Methane confesó que le gustaba la Bersuit y Divididos, y que se moría de ganas de soplar sus nalgas en la Argentina. Si usted es representante de nuevos talentos, escríbale. Este es su mail personal: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Si lo trae, quiero pase gratis al camarín por la idea. Y máscara de gas.
Por esta pasión por los gases, me puse en contacto con el trabajo de Michael Levitt, el más célebre doctor de flatos, un gastroenterólogo oriundo de Mineápolis, autor de 275 papers sobre el tema. En 40 años de carrera, Levitt descubrió a dos pacientes que emitían 140 gases al día. Uno le dijo que los gases le habían arruinado su vida sexual. No es para menos.
Durante años, estudié detenidamente la biografía de María Amuchástegui, la primera estrella del aerobics en nuestro país. Una figura casada con un polista, con su propia línea de zapatillas, su gimnasio, un programa matinal que batía récords de audiencia. Hasta que llegó el famoso episodio del gas mientras hacía una sesión de abdominales, y al que muchos consideran un mito urbano, que le hundió su carrera. El propio representante de Amuchástegui me admitió, en confianza, que a más de 15 años de aquel episodio, aún le costaba mucho esfuerzo que los canales le abrieran la puertas a la ex estrella.”Ninguno te lo va a admitir”, me dijo, “pero ese tema flota en el aire”. La revista La Semana, llevó el tema a la portada: “La historia de lo que dicen que hizo María Amuchástegui”, tituló. En la tapa, la pobre María, con tapado de piel, se cubría la cara de los flashes como si acabara de ahogar a sus hijos en la bañera. Qué historia. Cómo olvidarla.
El pedo es socialmente inadmisible. Admitir un pedo es como reconocer que, más allá de sus sueños de grandeza, su romanticismo, su incuestionable arte de seducción, en lo más profundo de su ser, usted no es mucho más que una red cloacal. Un amigo abogado, Juani, suele tirarse los primeros pedos de la mañana en el subte colmado y al mismo tiempo que se los tira, gases silenciosos pero –se lo certifico- sumamente odoríferos, mi amigo protesta, alejando todo tipo de dudas: “Uf, pero qué barbaridad”. La indignación ventila las sospechas.
Pero también en el rubro gas hay disparidad de géneros. Existe un margen de aceptación social, vale aclararlo, en el pedo del varón. Hay algo de masculinidad en el hombre que expulsa su resto aéreo. El equivalente al auto de carreras y el caño de escape. Mejor motor, más combustión.
En la mujer, en cambio, es pecado mortal. El hombre tiene un punto ciego sobre este asunto. No puede hacerse una idea de una mujer que expulsa aire sin romper el delicado circuito que conecta el cerebro al pito, un órgano que también expulsa impunemente sus propias sustancias.
A partir de los 12, la mujer deja de ser niña y pierde su inmunidad anal. Acostumbrada a disimular, perfumar y absorber su menstruación con productos cada vez más sofisticados, la mujer que entra en la adolescencia deberá aprender a expulsar sus gases utilizando estrategias que van desde la evasión, a la reclusión y la distracción. Cuando todo eso fracasa, siempre queda una opción: responsabilizar a los objetos. Lo bueno de echarle la culpa a una silla es que, afortunadamente, nunca responden. Está permitido responsabilizar a un ser humano de, hasta tres años, de un pedo que no cometió, capitalizando su pobre vocabulario y su mundo de fantasías que se confunden con la realidad –la famosa nube de pedos que, en cierta gente, se conserva hasta la muerte- y hagan endeble su defensa. Además, los niños conviven perfectamente con sus propios gases. Aún se ríen con ellos. Son como tener un amigo imaginario. No saben lo que les espera.
Mi hermano Walter salió una vez con una chica que se tiraba pedos abiertamente y se reía de ellos. La chica era bonita, pero esto a mi hermano lo escandalizaba un poco. Al poco tiempo, no más de media docena de pedos más tarde, no quiso verla más. Ni escuchar de ella. Ni menos aún olerla.
El olfato es uno de los órganos más sensibles que tenemos. Es la parte más primitiva y animal que conservamos en lo profundo de nuestro inconsciente. Resulta fácil enamorarse en la playa, y difícil enamorarse junto a un basurero. El amor empezará por los ojos, pero termina siempre por la nariz. Hay quienes juran que, si uno siente mal olor en su pareja, eso significa que instintivamente que sus cromosomas no son compatibles a los nuestros. Es decir, la especie no está interesada en que se produzca esa unión.
Hay científicos que insisten en que nuestra sensación de deja vu es puramente olfativa. No hay nada de paranormal en ello. Uno cree que estuvo antes en determinado lugar, o ante tal o cual persona, por el hecho que huele igual a ese otro recuerdo. Y su cerebro hace la conexión a sus espaldas.
Ahora bien, volviendo al tema del día, ¿por qué el gas propio huele tan bien mientras que el gas ajeno huele tan mal? Existe gente que se ofende al punto de romper una amistad por la irrupción de un gas en medio de una charla sobre el punto de la provoleta. Pero disfruta enormemente sus propias emisiones como si se tratara de fumar un habano.
Algo para explicar la diferencia. Hay un condimento vivificante en el acto de expulsar aire por la salida de emergencias. Para quien lo hace, es un signo de aliento, la señal de que todo va bien. Es el guiño que emite el cuerpo para expresar que ha completado el ciclo. Las vitaminas se han diseminado. La sangre fluye renovada gracias a la nueva comida. Y el caño de escape emite su señal de humo. Es la conclusión de un largo monólogo interior.
Expulsar un gas es como descargar una valija pesada. Un acto liberador. Tal vez no pueda quitarse de encima a su jefe, a su suegra, a la manga de nabos de sus amigos, pero 14 veces al día su cuerpo le permite expulsar todos esos compuestos que ya no necesita. Y además, si lo agarra inspirado, de una forma musical. Quién le dice. Quizás con viento a favor, se convierta en el culo soporte del gran Methane.
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