POR FIN LA RESPUESTA/ |
¿Por qué hay tantos chorros? |
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Si bien acaban de anunciar con bombos y platillos que el índice delictivo bajó un dígito en el Conurbano, esto es una gota menos en un tsunami. Ya a nadie sorprende que haya fusilamientos en las puertas de las casas. Tiros de gracia a las víctimas en frente de su familia. Salideras bancarias que terminan como el culo. Niñas que aparecen en basurales.
Hoy en día, es más raro olvidar un objeto, regresar al rato y que nadie lo haya tocado, que olvidarlo y que se lo hayan currado. Es así, amigos, estamos rodeados de chorros pero esto obedece a una razón profunda. Una razón que los medios evitan tener en cuenta. Ponerla al descubierto es atentar contra el aparato publicitario que los sostiene y alimenta.
Fracasan los sociólogos, los asistentes sociales, los pedagogos que buscan rastrear la raíz de la delincuencia puramente en un escenario de marginalidad. Es cierto, ser pobre es estar a un pie de pisar el palito con tal de sobrevivir. Pero como bien sabe, la mayoría de los pobres trabajan y son más dignos incluso que los ricos que les temen. Ahora bien, ¿sabe por qué existen tantos ladrones que le roban incluso a la pobre Cinthia Fernández que pidió que, tras el robo de su camioneta, “le queme el auto en sus manos” a los rateros? Es muy sencillo. Hay tantos ladrones porque desean lo mismo que usted. Así es. Ni más ni menos que eso. Tenemos el mismo deseo que los rateros, pero lo conseguimos por vías distintas. Estamos por decirlo así en distintos lados del mostrador. El chorro quiere las mismas zapatillas de 500 pesos que usted. El mismo coche. El mismo plasma. Habrá visto en Crónica rateros capturados por la policía con unas zapatillas de primera marca. Y no son robadas, no señor. El ratero, tras robar su botín de dinero, va como buen samaritano a la mejor de las tiendas a comprarse sus zapatilas. A la hora de comprar zapatillas, se portan decentemente. Son víctimas del mismo marketing que les insiste en que, para ser alguien, uno debe tirar las alpargatas y comprarse un calzado decente y con una marca que avale que uno no es un pelagatos que anda tirado por la vida.
La gente es víctima de sus propias decisiones. Es tirado por la correa de su propio deseo. Es como un marido celoso que le paga las siliconas a su pareja y luego le regala vestidos cada vez más escotados. Lo quiera o no, su novia será más codiciada. Y ahora viene la pregunta clave, cómo no: ¿por qué usted que suda el lomo como cargador de bolsas de papa para comprarse un Citroën C3 Picasso como el de Cintia no puede darse el gusto, adquirir el producto que sea y que nadie venga con una pistola a reclamárselo? Ya la vida es bastante sacrificada para que uno, además, se vea privado de comprarse el coche que se le de la gana.
Pero vamos, mi amigo. Todos vamos a morir. No hay compra posible en esta vida. A lo sumo, un alquiler vitalicio. La gente vive como si nunca fuera a morir. El último bien preciado, el bien Premium que ninguna empresa le puede vender y ningún chorizo le puede quitar, es su tiempo libre. Y en definitiva su vida está hecha de tiempo. Tiempo ganado al trabajo, al colectivo, a las colas, es tiempo que a usted le queda. No se deje engañar. Los rateros están para ayudarlos a despejar el camino y considerar lo que es mejor para usted.
Vuelva a las alpargatas, al Falcón y déjese de joder de una buena vez. Gánese su tiempo. Disfrute del pasto , de la tarde, de los árboles, de los pájaros. De las cosas que nadie puede robarle. Hágase hippie. Ellos sabían cómo vivir con poco, disfrutar del tiempo libre. Y además, cogían mucho mejor que todos nosotros.
Antes de despedirme, le dejo esta pequeña frase para que reflexione: “Auto grande, gente pequeña”.
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